Y por eso esta oportunidad no se puede desaprovechar. El mundo entero gira su mirada a la capital francesa con la expectativa de que los más de 190 Estados allí presentes alcancen un acuerdo capaz de imponer un cambio de rumbo a nuestro modelo de desarrollo. Porque ese es el auténtico desafío al que hoy nos enfrentamos.

La comunidad internacional llega a París con varias evidencias: La primera, la científica, que nos dice que si no hacemos nada, la temperatura del planeta subirá entre tres y cinco grados, lo que comprometería seriamente la vida tal como hoy la conocemos. La segunda, social: La sociedad global se está movilizando alrededor de iniciativas que visibilizan los compromisos de cada cual. Campañas como Un millón por el clima, en España, son un ejemplo de movimientos que han emergido en todo el mundo. La tercera, es económica: el cambio climático está generando millones de pérdidas económicas en la agricultura, la ganadería, en las consecuencias generadas por fenómenos meteorológicos extremos, etc. y ha provocado movimientos en el mundo financiero, con 500 fondos de inversión --que juntos suponen 3,4 billones de dólares--, alejándose de los combustibles fósiles. Pero la evidencia más rotunda, es política: los Estados tienen en sus manos alcanzar un acuerdo a la altura del desafío, y en función de su audacia, les juzgará el futuro.

En este contexto, en París se están dando cita más de 180 Estados que juntos representan más del 95% de las emisiones causantes del cambio climático. Esto en sí mismo ya supone una diferencia respecto al protocolo de Kioto, que recogía tan sólo el 11% de las emisiones. Especialmente destacable es la participación de China, primer emisor de CO2, que quedó fuera de Kioto, y de Estados Unidos, que nunca llegó a ratificar el tratado. Hoy, por contra, vemos cómo el gigante asiático se incorpora a la cumbre en medio de una terrible crisis de contaminación atmosférica que afecta a 23 grandes ciudades, y Obama quiere mostrar su voluntad de estar a la altura de las circunstancias.

Podemos considerar que nos encontramos en el mejor momento de la lucha contra el cambio climático y que contamos con conocimiento científico, desarrollo tecnológico y compromiso social. Sin embargo, no es suficiente. Ahora es el momento de la Política. De esa política que es capaz de llegar a acuerdos que solucionen problemas. Y en este caso, el desafío a resolver es nada menos que nuestro modelo de desarrollo.

Entre los expertos en la negociación internacional, se ha marcado el objetivo de no superar un incremento de la temperatura en dos grados. Sin embargo, existe un amplio acuerdo científico en que esta meta ya se queda corta y puede poner en riesgo a millones de personas. Los efectos de superar el umbral de los 1,5 grados ya se dejarían sentir gravemente en la protección de los ecosistemas, en la aparición o mayor frecuencia de fenómenos meteorológicos extremos como olas de calor, sequías, huracanes, etc., en la disponibilidad de agua y alimentos y por supuesto, agudizarían movimientos migratorios y conflictos sociales.

Aunque se cumplieran completamente los compromisos voluntarios de reducción de emisiones que todos los países han enviado a Naciones Unidas, las predicciones científicas nos dicen que estaríamos hablando de un incremento de tres grados en la temperatura del planeta de aquí a final de siglo. Por otro lado, los países en desarrollo siguen reclamando de los países desarrollados mecanismos financieros que les permita afrontar el desafío que supone este cambio de rumbo y pongan en marcha una auténtica justicia climática. Por si esto fuera poco, algunos de los actores principales, como es Estados Unidos, cuestiona que el acuerdo a que se llegue sea vinculante, consciente de las dificultades que Obama tendría para que el acuerdo fuese ratificado por los republicanos.

No podemos, por tanto, conformarnos con un acuerdo más. El reto en estos momentos es un desafío colectivo que implica al conjunto de la sociedad: a la comunidad científica, que debe aportar conocimiento para ayudar a parar el cambio climático; al desarrollo tecnológico que debe prestarnos herramientas en esta dirección; a la sociedad que debe comprometerse en sus comportamientos cotidianos; y a las empresas que deben asumir que buena parte de sus procesos tienen impactos directos en la salud del planeta y de las personas. Pero para ello, necesitamos que los representantes públicos, que elegimos para que velen por nuestro bienestar, entiendan que para conseguirlo han de velar también por el bienestar del planeta, y eso supone alcanzar un acuerdo ambicioso, vinculante, que incluya los compromisos de reducción de emisiones junto con la financiación necesaria para una transición justa en una sociedad global cuyos retos son globales.

Ahora tienen una oportunidad única de demostrar que entienden lo que supone la globalización, que asumen que dirigen los Estados para velar por el bienestar de sus ciudadanos, y que teniendo conocimiento y tecnología, no sería comprensible que fallara la voluntad política. Porque no siempre nos quedará París.

Directora de conversaciones de ECODES.