Se da por sentado que los votos más madurados y leales tienen más que ver con motivos sentimentales o ideológicos, mientras que el sufragio joven es esencialmente volátil, más propio de las vísceras y por tanto inestable, moldeable y reconducible. Pero no existe un único modo de captar o retener los apoyos electorales; este país es un enorme tablero en el que lo principal son los gestos, y ahí los partidos juegan al corto plazo con discursos que produzcan una súbita emoción (no hay tiempo para sentimientos reposados), o bien movilizan el miedo a los cambios, como si estos siempre fueran fruto de la imprudencia y no de la necesidad.

De una manera u otra ninguna táctica preconcebida parece calar demasiado en una ciudadanía que más bien refleja desesperanza y pesimismo. Según el último CIS de octubre, el 76,9% cree que la situación política actual es mala o muy mala y un 61,4% teme que dentro de un año sea igual o peor, y que en esa misma calificación apenas distingue entre la gestión del PP (mala o muy mala para el 54,6%) y la actuación del PSOE en la oposición (54,2%).

Por mal que huela el asunto de la corrupción, la confianza se ha vuelto miedosa tras lo vivido por la crisis, lo que justificaría que los populares mantengan un caladero fijo pase lo que pase. Hoy en España hay nueve millones de pensionistas -en menos de 30 años se ha duplicado la población mayor de 65 años-, justo la franja de edad que mantiene en el poder al PP, donde pesca el 32,8% de los votos. En el resto de edades no supera el 16,6%. Cabría añadir que por clases sociales, su mayor apoyo, con un 30,6%, viene de las viejas clases medias, y no de las nuevas clases medias (18,1%) y ni siquiera de las clases altas (17,3%). Siempre palabra de CIS.

Acabamos el año con la confirmación de que el Fondo de Reserva, conocido como la hucha de las pensiones, que en 2012 disponía de 71.000 millones de euros, está prácticamente agotado, y que el Estado debe endeudarse para pagar la extra de diciembre. Aun así, las negociaciones entre los partidos para abordar una ineludible reforma están encalladas desde marzo, mientras se estima que hasta el 2022 los pensionistas perderán un 10% de poder adquisitivo como mínimo. Otro apartado más en el que se echa de menos un programa concreto alternativo y positivo que trate de revertir la situación. ¿Hay vida más allá de Cataluña o también en esto tendremos que esperar a que nos explote en la cara? H *Periodista