De los órganos que soportan nuestros cinco sentidos, la pandemia ha condicionado tres: la nariz y la boca, secuestradas por la mascarilla; y la piel, embadurnada una y otra vez por desinfectantes y vedado su contacto con los menos allegados (esa palabra resucitada).

De los cinco sentidos corporales, solo la vista tiene relevancia cuántica. Uno de los postulados más llamativos de la teoría cuántica es que el observador influye sobre lo observado hasta el punto de llevar a sus defensores a afirmar que la realidad no existe por sí misma de un modo objetivo, sino que es producto y resultado de nuestra subjetividad.

La pandemia nos ha convertido en pares de ojos ambulantes que se observan unos a otros, sin contar con más elementos de diferenciación facial para reconocernos. Han desaparecido del paisaje los gestos de las bocas y nuestras voces suenan diferentes en nuestros oídos, filtradas por las mascarillas. Los ojos son pues ahora más que nunca los protagonistas de nuestras relaciones. La mirada de cada uno, creando una realidad subjetiva no compartida con los demás, se ha convertido en emisor y receptor casi exclusivos de unos mensajes, huérfanos del amparo de los otros cuatro sentidos menos cuánticos.

No cabe duda de que se abre una nueva era. Decimos que todo está cambiando a nuestro alrededor, pero lo que cada uno de nosotros observa adopta una entidad personalizada que cada vez diverge más de la percepción del otro. El necesario aislamiento hace que seamos cada vez más individuos y cada vez menos comunidad. Parece que nos resistimos a ello, pero lo cierto es que buscamos instintivamente recluirnos en un círculo cada vez más reducido. Unos dejan la ciudad, buscando en los pueblos, no la vida rural de antaño, sino una soledad compartida con los más cercanos. Otros se trasladan a las periferias, desde las que esperan seguir relacionándose con el centro de su ciudad, sin comprender que ese centro acabará por desaparecer cuando desaparezcan de él los vecinos, las tiendas, los bares y hasta los turistas.

Los repartidores son los nuevos Hermes

Las repúblicas independientes de nuestras casas son las grandes triunfadoras de este cambio acelerado por la pandemia. Hasta que sean sustituidos por drones, los mensajeros y los repartidores son los nuevos Hermes de la nueva realidad. De forma análoga, los algoritmos de las redes sociales son los nuevos dictadores de la nueva sociedad virtual. Los medios digitales nos dictan lo que deseamos escuchar; y nos ofrecen continuamente la prédica de aquellos que analizan sin cesar lo que nuestro perfil digital indica que nos gusta oír.

Hay una gran paradoja en este nuevo contexto: por una parte, la realidad objetiva ha dejado de existir porque nuestra mirada individual la modifica hasta el punto de darle entidad y existencia; por otra, el vasto mundo de las realidades observables (la ontodiversidad) se reduce a pasos agigantados a sólo unos pocos elementos simplificados hasta la caricatura, que unos entes corporativos seleccionan de entre todos los posibles.

En este escenario evolutivo, solo un atributo de la individualidad puede actuar como antídoto del veneno que ella misma ha ido creando en forma de tiranía consentida: la educación, el sentido crítico, la verdadera individualidad no basada en el aislamiento por comodidad o conveniencia, la mirada propia que nos hace únicos, insobornables e invencibles.

Ojos que miran a los ojos seguiremos siendo durante todavía bastante tiempo. Ojos tristes o sonrientes, despiertos o somnolientos, abiertos o cerrados, luminosos o apagados, ojos que han olvidado hasta las sonrisas de los labios y ojos que conservan la memoria exacta de los gestos y del sonido de las voces no amordazadas.

A penas ha pasado un año desde que empezamos a reparar en que debíamos aprender a reconocernos por los ojos. A penas ha pasado un año desde que empezó esta pesadilla, pero antes de todo esto algunos ya sabían que la mirada es lo único que no cambia en las personas con el paso de los años, y que la mirada es también lo primero en ser paralizado por la muerte o por su proximidad. La mirada nos alerta siempre de lo que está ocurriendo y de lo que va a ocurrir, porque en realidad la mirada de cada uno es la realidad y todo lo demás son teorías vanas o doctrinas en pugna. Por eso es importante que la eduquemos, la alimentemos y la cultivemos; y que no dejemos que nadie nos robe nuestra mirada, lo último que nos quedará cuando estemos a punto de quedarnos sin nada.