La semana pasada el Ayuntamiento de Barcelona anunció que homenajearía a Juan Marsé y Carlos Ruiz Zafón, fallecidos el año pasado. El teniente de alcalde de Cultura Joan Subirats respondía a la petición de Ciudadanos diciendo que ya estaban trabajando en ello. (Hace unos meses, en el Parlament, los independentistas rechazaron una propuesta de que se rindiera homenaje a los fallecidos porque escribían en castellano.) La hija de otro autor recientemente desaparecido, el dramaturgo Josep Maria Benet i Jornet, reclamaba un reconocimiento a su padre y cuestionaba el homenaje a los novelistas. Empleaba un argumento llamativo: era inimaginable que en Madrid se homenajeara a su padre. Por una parte, extranjerizaba una lengua cooficial que es la mayoritaria en Cataluña; por otra, atribuía a los demás un olvido que no es real: no solo era posible; había sucedido.

Algunos líderes, como Laura Borràs, insistían en que no se les podía incluir en la literatura catalana porque escribían en castellano. Como han hecho históricamente los movimientos xenófobos, el proyecto exclusionista utiliza la pseudociencia. Ese criterio aparentemente filológico es solo una excusa. Es una automutilación y es imposible por la importancia sociológica y cultural del castellano, pero hablamos de un sector ideológico que no tiene trato frecuente con los hechos. Aunque esa separación sirviera en ciertos estudios literarios, no tiene sentido desde un punto de vista institucional, de representación ciudadana y de conciencia del sistema cultural. ¿Cómo no va a ser literatura de un sitio la que se escribe, publica, lee y a menudo transcurre allí? Si el criterio conduce a un absurdo evidente no tiene sentido utilizarlo. Por supuesto, es solo camuflaje: una argumentación supuestamente académica que algunos emplean para excluir una lengua y unos referentes del espacio público. Pero si nos lo tomamos en serio, la posición que reduce la literatura a una sola lengua tampoco es sostenible.

La literatura existe en un territorio. Jesús Moncada es un gran escritor aragonés que escribía en una de las tres lenguas de nuestra comunidad autónoma, el catalán (a menudo negada por una cerrazón especular), y fue un acierto que Aragón reconociese su trabajo en el 2004. Pertenece a la literatura aragonesa y a la literatura española y a la catalana. La escritura nos recuerda que las identidades son compuestas.

El arte es siempre contaminación, contagio, conversación. Estudiar una literatura en una lengua aislada no nos dejaría entender nada. La patria del escritor es más el lenguaje que la lengua.

Los reconocimientos públicos premian a quienes han ensanchado los límites de nuestra imaginación y nos han ayudado a pensar.

En un artículo hilarante e inolvidable Félix Romeo demostraba que todos los escritores del mundo son aragoneses porque con todos podía trazar un vínculo: un ejercicio de la imaginación y el ingenio nos liberaba y enriquecía nuestra realidad.