Escuché hace un tiempo que los sueños que se tenían durante la pandemia eran más raros de lo habitual. Yo intenté fijarme (el tema de los sueños me ha apasionado desde niño), pero, como mis sueños siempre han sido muy extraños, tampoco noté mucha diferencia. Igual lo noto más adelante, pensé. El caso es que dentro de poco se cumplirá un año del inicio del estado de alarma, pero mis sueños siguen igual, sin cambios relevantes, pese a la fatiga pandémica que arrastramos.

Por ejemplo, en mis sueños sigo sin llevar mascarilla (algo arraigado y asumido por contra en el mundo real). Sí, algo tan familiar como las mascarillas no han aparecido en mis sueños. Mi álter ego onírico no es que sea un subversivo o un inconsciente (bueno, un poco inconsciente tiene que serlo, claro); lo que ocurre es que el virus no ha infectado mis sueños manifiestamente. En el mundo de Morfeo sigo siendo libre. Sigo volando increíblemente, visitando todo tipo de lugares y viviendo toda suerte de vidas alternativas. Lo normal, dentro de la anormalidad absurda y maravillosa de los sueños.

Mis hijos me dicen que ellos tampoco se ven en el sueño con mascarilla. “Como en la cama dormimos sin mascarilla, pues en el sueño tampoco llevamos”, argumentan con una lógica aplastante. Este razonamiento peregrino me encanta.

Hablando del tema con familiares y conocidos, una amiga me confiesa que en sus sueños sí que va con mascarilla, y que el otro día precisamente, al descubrirse de pronto en uno sin mascarilla, cual anuncio en el que te has olvidado de coger los donuts, se dio cuenta por ese detalle de que estaba soñando y se despertó enseguida, escapando apurada de semejante pesadilla. Sin embargo, pese a los contados testimonios, sigo con la duda quirúrgica. Como diría Philip K. Dick: "¿Sueñan los humanos con mascarillas higiénicas?".