Hace unas semanas asistí en un bar a una surrealista discusión sobre política. Dos hombres, de unos setenta años o más, criticaban a la DGA por las ayudas que no llegaban, los cierres perimetrales, la imposibilidad de viajar al pueblo, la falta de vacunas y la crisis. Uno de ellos reprochaba a Javier Lambán que hubiera formado gobierno de coalición con Unidas Podemos; el otro, extrañado, le hacía ver que el gobierno era PSOE-PAR. No quise intervenir para aclararle que, en realidad, existía un cuatripartito, porque no se lo hubieran creído. Al instante, salió en la tele, como siempre, Isabel Díaz Ayuso. «Esa sí que sabe», apuntó uno, y el otro asintió. Por lo que comentaban, debían saber muy bien quiénes eran Ignacio Aguado, Begoña Villacís, Rocío Monasterio y Ángel Gabilondo y a qué partidos pertenecían. Así es este país: ignoramos cómo es el Gobierno de Aragón, pero vivimos la política de Madrid como si fuera una telenovela.

Pese a la perplejidad inicial, comprendo a esos dos señores del bar. Madrid vive inmersa en una orgía mediática que consiste exactamente en mirarse el ombligo todos los días. El tráfico, la nieve, la pandemia, el turismo, el fútbol, los parques, las obras… Todo lo que ocurre en Madrid es cuestión nacional para unas televisiones que se han empeñado en que todos miremos y admiremos la vida a través de ese ombligo. La realidad se puede descubrir con lupa o desde una ventana, pero a través de esa pequeña cicatriz solo observamos marcas que, francamente, nos interesa bien poco, lo justo. En Aragón tenemos cicatrices y heridas que no las van a cuidar ni la presidenta de Madrid ni su alcalde. Ya es hora de que aprendamos quiénes son los políticos de esta tierra.