No pensaba volver a escribir sobre las elecciones madrileñas. Me superan tantos análisis, me siento viejo para comprender lo ocurrido. Solo las imágenes vividas el pasado fin de semana me motivan nuevamente. ¿Será por la fatiga pandémica, por los excesivos encierros, por la ansiada libertad para decidir cómo y cuándo tomarse unas cañas, por lo que miles de personas se han echado a la calle a beber y bailar sin ninguna protección? Pienso que no, que la causa y el origen de estas y otras manifestaciones parecidas es el egoísmo que todos llevamos dentro, que hace de nosotros personas cada día más individualistas. Si a esto, además, se le une la actitud irresponsable de algunos dirigentes políticos o instituciones animando este tipo de comportamientos a la madrileña, la excusa es perfecta.

No importa que los botellones puedan acelerar contagios y que las altas ratios de este provoquen restricciones a la llegada de turistas, perjudicando a los territorios con menos casos (Comunidad Valenciana y Baleares). No importa que esté demostrado que cuando los bares se abren suben los casos y cuando se cierran, bajan. Todo puede esperar, la fiesta es lo primero. Ya sabemos que «el muerto al hoyo y el vivo, a tomar unas cañitas». Muy curiosa la reacción del alcalde de Madrid al botellón de la Puerta del Sol: culpar al Gobierno central por no prorrogar el estado de alarma. Eso en la única comunidad autónoma donde casi todo ha permanecido abierto durante la pandemia. ¿Cómo iba a reprimir semejante incivismo si en la noche del 4-M los bailes y cánticos en la calle Génova, sede del PP, no han supuesto ni una amonestación a los organizadores? Incluso el botellón, gran triunfador ideológico de estas elecciones sabe que todo éxito es provisional.

En fin, como decía Napoleón, «la victoria tiene cien padres y la derrota es huérfana». Y si no que se lo digan a Ángel Gabilondo, al que han dejado tirado, sin autocríticas ni reflexiones pertinentes por la debacle electoral.

Ayuso ha borrado las sonrisas de superioridad que la izquierda exhibía los primeros días de la campaña cuando metía la pata, utilizaba simplezas como argumentario, medias verdades sobre okupas y expropiaciones o advertencias a los ciudadanos de bien de que el comunismo llegaba a sus puertas. Pensaron que era más fácil ridiculizarla que desmontar sus argumentos y eslóganes. Si el concepto de libertad que Ayuso ha defendido se resume en el «ande yo caliente ríase la gente», la apelación a la responsabilidad como eje sobre la cual debe construirse cualquier libertad quedó diluida entre soflamas y reflexiones metafísicas. Que los ganadores busquen extrapolar resultados y profundizar en la deslegitimación del Gobierno entra dentro de lo previsible, como ya se hizo desde la izquierda con el batacazo del PP en Cataluña o Euskadi. Ahora bien, la jugada desde el punto de vista de su recuperación interna, de reagrupamiento de la derecha y de insuflar fervorín a los suyos, ha sido maestra. Otra cosa es los efectos electorales que pueda tener en el conjunto del país y la afección institucional que pueda tener en el Estado.

El PP de Madrid ha utilizado la pandemia para crecer electoralmente, para lo cual ha hecho un tratamiento distinto de la misma, distanciándose de los acuerdos del Gobierno central y comunidades autónomas, haciendo prevalecer la economía sobre la salud y, sobre todo, haciendo del «ir a su bola», la marca de su gestión. Aunque muchas de sus actuaciones perjudiquen a los ciudadanos de las comunidades limítrofes o a los receptores de los madrileños que se desplazaban a su segunda residencia, haciendo de su confinamiento un coladero institucionalizado.

Si el ejemplo cunde, y ya estamos viendo que sí, ¿dónde está el punto de encuentro para avanzar en estas y en otras cuestiones fundamentales para el país? ¿Cómo avanzar en una reforma fiscal que libere a Madrid del sambenito de paraíso fiscal que le acaba de asignar la OCDE? ¿Cómo trabajar la asignación y seguimiento de los fondos europeos o la renovación de los órganos constitucionales tras dos años y medio de retraso? Sin lealtad institucional, ni la libertad, ni la democracia, permanecen: sin reconocer la legitimidad de cualquier gobierno elegido democráticamente, no hay futuro.

Además, al despertar del nacionalismo español por los hechos ocurridos el uno de octubre del 2017 en Cataluña se superpone un nuevo nacionalismo madrileño, que entre el chotis y los chulapones, va a confrontar con las nacionalidades históricas. Observar la pujolización del PP madrileño con el victimismo, la indignación frente al Gobierno central y el «conmigo o contra mí», puede traer derivadas impredecibles.

En fin, como decía aquel: «Siempre es mejor perder con la verdad, que ganar con la mentira».