Las sesiones de insultos y pullazos de las Cortes, también llamadas sesiones de control al Gobierno, constituyen una lección magistral de la política más rastrera. Para conocer el nivel de mediocridad de sus señorías basta con atender una sola sesión. Los diputados no quieren respuestas, sino lanzar sus mensajes. Las preguntas suelen ser retóricas, no pretenden obtener información y, en algunos casos, son absurdas para llamar la atención. Harto de que el Gobierno de Mariano Rajoy respondiera con evasivas a sus cuestiones, hace unos años el senador Carles Mulet, de Compromís, sorprendió con esta pregunta: «¿Qué protocolos tiene adoptados el Gobierno ante un apocalipsis zombi?». Debió ser la única vez que obtuvo una respuesta concreta: «No merece la pena hacer planes porque poco se puede hacer llegado ese momento», le respondieron.

El PP suele dar una vuelta por Venezuela, Cuba, ETA, la felonía de Pedro Sánchez y la amenaza separatista antes de lanzar preguntas como «¿no le da vergüenza llevar al país a la miseria?». Ese es el nivel.

Para abordar el espinoso asunto de los indultos, Pablo Casado no necesitó interpelar, porque ya tiene el discurso hecho y la movilización ciudadana preparada. Pero es justo el tipo de cuestiones que necesitan una pregunta exacta: ¿Por qué? La respuesta está allí: por razones de Estado, por concordia, por rebajar las tensiones, por acercar posturas, por limar asperezas, por reducir el alto nivel independentista… Pero esas respuestas no interesan.

A Casado tampoco le interesa responder a la prensa sobre la imputación por presunta corrupción de la mujer que le colocó al frente del PP, Dolores de Cospedal. Eso es pasado, aunque le salpique su presente.