Un profesional es un mercenario de sus habilidades. Y un mercenario es un profesional que nos desagrada. La excelencia laboral consiste en que empleadores y empleados disfruten del trabajo bien hecho, siendo remunerado de acuerdo con ese valor. Se puede, y se debe, ser un buen profesional con independencia de la coincidencia con la persona o empresa que requiere nuestros servicios. Suele ser un error muy común que se tienda a contratar a personas afines, ideológica o culturalmente, antes que a buenos profesionales con quienes no comulguemos en ámbitos privados. La confianza es otro valor sobredimensionado que prima la inseguridad de la cercanía frente al vértigo de lo desconocido. El límite de colaboración profesional con intereses que están en nuestras antípodas personales es la ética.

Les cuento una anécdota. En una entrevista de trabajo salió a relucir mi historial público, como algo que podía chocar con la línea ideológica de la empresa o de algunos de sus responsables. Mi respuesta resultó ser tan sincera como útil: si yo fuera el mejor neurocirujano del mundo, y usted necesitara mis servicios profesionales, no le preocuparía lo más mínimo cómo pienso.

Fui contratado. Aunque lo lógico es primar la profesionalidad, las fobias y filias rigen nuestro comportamiento. Somos muy poco profesionales a la hora de valorar la profesionalidad. Nos molesta que alguien se distancie de nosotros para mejorar sus expectativas. Decimos de esa persona que nos ha traicionado. No toleramos esa frustración.

Pero no nos inquieta que alguien se traicione a sí mismo, renunciando a iniciar una nueva etapa, sólo por seguir a nuestro lado. Especulamos sobre lo que le han ofrecido y no nos preguntamos ni por qué se va o en qué hemos fallado. Y no, no era dinero. Todos somos unos traidores habituales. Un traidor, al fin y al cabo, es una persona que cambia de opinión o comportamiento.

Puede ser de marca de yogur, o algo transcendental, como de equipo de fútbol. La traición se lleva mal con la razón. El código penal rebosa de militarismo bélico para definir este delito. Si dialogamos con alguien, y cambia de opinión, la traición a sus postulados previos debería ser reconfortante. Pero el morbo nos persigue hasta impedirnos esa pequeña satisfacción. Vemos a quien modifica su punto de vista, no como alguien que piensa como nosotros, sino que ya es de los nuestros.

Eso sí, el placer de incrementar nuestros efectivos es menor que la salivación que nos produce debilitar al adversario, inoculándole traición a raudales. La frustración de una profesionalidad no reconocida provoca falta de motivación laboral y personal. Al mismo tiempo, una implicación débil, y carente de incentivos, no ayuda a la profesionalidad.

Y vuelta a empezar. Si busca profesionales, hágalo con profesionalidad. Si quiere gente de confianza, acuda a sus fieles. Como querrá un profesional de confianza, sepa que la confianza se basa en la profesionalidad, no en la afinidad.

La traición estará mañana muy presente en la manifestación de la derecha que trina en Colón. Todos los que no estemos allí seremos definidos como traidores por los presentes. El problema es que esto incluye a los «barones» del PP a los que, de repente, se les ha llenado la agenda dominical, y no de misas precisamente. Se pueden consolar porque el epíteto traicionero lo van a compartir, como muchas más cosas, con los independentistas catalanes que señalan con desconfianza a Oriol Junqueras. La carta de éste, desde la cárcel, en la que reconoce que el procés unilateral es más bien un retrocés cívico, hará coincidir, en el griterío, al Colón de Madrid con el de las Ramblas.

Parece que ha hecho más daño a la irracionalidad separatista la distensión de Pedro Sánchez que la goma-vox de Abascal y Casado. Lo de Arrimadas es de bombeta fétida. En Aragón la desconfianza sospecha de la traición.

¿Congreso del PAR bajo amenaza de traición en los tribunales? ¿La sucesión en el Pignatelli será de traduttores de Sánchez o traditores di Lambán? ¿Podemos con Belarra o con Yolanda Díaz? ¿Vuelve Más Chaís? ¿Traiciona Herrarte a los naranjas jibarizados, como novena concejala popular, celebrando el bienio azconiano? Debería seguir haciendo méritos peregrinando a Colón

¿Podrán los compradores del Real Zaragoza traicionar a la segunda división? ¿Un móvil de 1200 euros para la concejala popular María Navarro? Igual era para ahorrar luz con carga inalámbrica… ¡Traidores, yo que pensaba que iPPhone era una compañía de bajo coste! .