Henrik Ibsen, muy a su pesar porque su interés principal era ser un buen literato, fue un dramaturgo que introdujo grandes debates sociales en sus obras. Una de ellas está de candente actualidad.

‘Un enemigo del pueblo’

En Un enemigo del pueblo, un prometedor pueblo costero de Noruega acaba de inaugurar un balneario que revitalizará la maltrecha economía local. El médico del balneario, el doctor Stockman, sospecha que la calidad de las aguas no es buena debido a los desperdicios de las tenerías que hay en el valle. Por ello, encarga unos análisis que finalmente revelan que los baños termales están infestados de bacterias y demás microorganismos ciliados. En la segunda mitad del siglo XIX, las teorías de Louis Pasteur y Robert Koch sobre las infecciones bacterianas suscitaban desconfianza en gran parte de la población. ¿Os suena este escepticismo hacia la ciencia?

Tal y como le dicta su conciencia ética, el Dr. Stockman acude al periódico local para publicar su hallazgo y salvar así a las personas vulnerables que acuden al balneario a paliar sus males. Tras prometerle que iban a publicar su estudio, entra en escena su némesis: el juez Stockman. Sí, su hermano. Aquí arranca la lucha cainita.

El juez representa al economicismo y el cortoplacismo, tratando de convencer a su hermano de que la prosperidad monetaria está por encima de la salud. Él maneja todos los hilos del poder para manipular a las masas: presiona al periódico para no publicar el artículo que obligaría a hacer las obras de canalización, moviliza a la asociación de pequeños propietarios augurándoles la ruina de sus negocios y arenga al pueblo en contra de su hermano, convirtiéndolo así en «un enemigo del pueblo».

La obra de teatro es un verdadero debate acerca de la tiranía de la opinión pública (muy al estilo de Tocqueville), así como de lo voluble e influenciable que puede llegar a ser.

No es la primera vez que se saca a colación esta obra en los últimos meses. Es evidente el paralelismo con situaciones como la gestión política de la pandemia en la Comunidad de Madrid, con Ayuso a la cabeza. Sin embargo, creo que también existe una analogía con las políticas medioambientales de Azcón en Zaragoza, de Lambán en Aragón, y, en gran parte, con todo el Greenwashing que está asumiendo España derivado de las pautas establecidas desde Europa.

No hay parches que valgan ante el cambio climático. Es necesario un cambio de paradigma de producción. La semana pasada se publicó un informe del grupo de investigación Ren21 cuyas conclusiones advierten de que la década de 2010 a 2020 fue una década perdida. Pese a la expansión sin precedentes de las renovables, el consumo de energías fósiles (petróleo, carbón y gas) permaneció constante en un 80'2% a nivel mundial. ¿Por qué? Porque la clave está en reducir drásticamente el consumo energético. Es un debate complejo y sistémico. No basta con inundar nuestros paisajes con instalaciones de renovables sin una planificación ordenada. El objetivo es impulsar medidas que nos permitan gastar menos energía. Esa visión holística no está hoy encima de la mesa, lamentablemente. No hay un Dr. Stockman con poder real que se atreva a impulsar cambios drásticos dentro del modelo de producción capitalista.

Ahora bien, no hay que esperar la llegada de ningún líder mesiánico. La responsabilidad de ese cambio de mentalidad también es nuestra, del pueblo. No boicoteemos nuestro futuro. Es menos decisivo que te equivoques de contenedor al echar una bolsa de plástico que errar a la hora de tomar decisiones macro como presionar a tu Gobierno o votar a quien cuida tu salud.

No querría haceros un spoiler porque vale la pena leer el texto o verlo interpretado en un escenario. Por supuesto, Ibsen logró su objetivo de ser un artista, puesto que toda obra universal consigue seguir vigente y fresca a lo largo de los siglos. Lo que la humanidad tiene pendiente es no ser su peor enemigo.