Hay días en que, a la hora de escribir, me siento completamente perdido. «No me viene la columna», sollozo para mis adentros, hundiéndome en la miseria. Ningún tema me parece bueno, ninguna idea me resulta apropiada. Lo que otras veces fluye torrencialmente, se seca sin venir a cuento, sin ninguna razón especial, y me bloqueo de forma irremediable. Son mis problemas de columna, que me aquejan de cuando en cuando. En busca de inspiración, para romper el bloqueo, leo. Leo cualquier cosa. Por ejemplo, frases motivadoras. «Si vas a tirar la toalla, que sea en la playa», leo en Facebook. Y me viene a la mente, por asociación, la canción de Puturrú de Fuá: «Cuando vayas a la playa no te olvides la toalla, wo wo, sha la la, ye ye ye ye». Mi motivación es así de absurda, como las canciones del verano. «Si te rodeas de personas que son luz, lo verás todo más claro», leo en un sobre de azúcar (qué mejor envoltorio para oraciones almibaradas, desde luego). Y lo veo claro, esta frase me convence por completo, y además los amigos salen más baratos que el actual recibo de la luz. Qué ladrones tenemos en este país, por favor. «Los mejores planes no se planean», leo en el WhatsApp. No es mal plan, a priori, pero tengo mis dudas. Le veo lagunas a semejante enunciación. Ya sé que ahora vivimos la vida con decisiones sobre la marcha, pero el planificar un poco tampoco viene mal de vez en cuando. «Quiérete. ¡Es gratis!», leo en Instagram. Con esta sentencia es imposible no estar de acuerdo. Yo me quiero mucho, claro que sí, aunque no porque resulte gratis, sino más bien porque me tengo muy a mano. A propósito de esta frase recuerdo otra: «Quien se quiere bien a sí mismo, está preparado para querer a los demás». Yo la suelo esgrimir para justificar el onanismo. Y como cierre y deseo de la columna, todo un clásico: «Todo irá bien».