He leído el borrador de real decreto que el Ministerio de Educación ha enviado a todos los gobiernos regionales en el que se describe cómo será el nuevo currículum derivado de la aprobación de la Lomloe, y tengo que confesar que me ha parecido un documento lleno de tópicos ideológicos sin ninguna apoyatura epistemológica ni empírica. Por ello, me resulta difícil hacer una síntesis del mismo. A mi modo de ver, lo fundamental puede resumirse en estos tres tópicos: fomento del descubrimiento y potencialidad de la sexualidad infantil; introducción de la perspectiva de género en la enseñanza de las matemáticas (por supuesto, también en el resto de asignaturas); supresión de contenidos y mínimas exigencias en los criterios de la evaluación con el objetivo de aminorar el fracaso escolar. A continuación trataré de abordar esos tópicos de forma separada.

Como es bien sabido, la educación sexual es uno de los ámbitos más olvidados en los sistemas educativos confesionalmente religiosos. Por ello, la introducción en el currículum escolar de un ámbito tan importante de la vida humana como es la educación sexual me parece algo muy positivo. El problema radica en que comience a abordarse en el tramo de edad comprendido entre cero y seis años (es decir, en el nivel de la educación infantil) y, sobre todo, que se justifique basándose única y exclusivamente en creencias ideológicas bastante discutibles. En los anexos 2 y 3 del documento se dicen cosas con tan escaso fundamento científico como las siguientes: es en esta etapa donde evolutivamente se inicia la construcción sexual y de género; el gobierno tiene la obligación de favorecer desde edades tempranas el descubrimiento personal de la sexualidad y la construcción de género a través de valores de igualdad y modelos no estereotipados; desde el punto de vista metodológico, esos objetivos se conseguirán a través de la experimentación y de la puesta en práctica de juegos ricos en estímulos provocadores, emocionantes y respetuosos con los intereses, gustos y elecciones de los niños y niñas; el entorno escolar debe proporcionar el contexto adecuado y el acompañamiento necesario bajo una mirada atenta, paciente y respetuosa para que los bebés puedan descubrir el placer que les proporciona la actividad sexual por iniciativa propia. En el primer ciclo, el proceso educativo se centrará en el conocimiento y dominio del propio cuerpo, en la construcción de una trama de relaciones e interacciones en el entorno físico y social, y en el uso de los lenguajes que lo hacen posible. En el segundo ciclo, el proceso se centrará en la adquisición de destrezas que contribuyan a aprender a hacer, iniciándose en el camino hacia la consecución de un cierto grado de autonomía.

En lo que se refiere a la enseñanza desde una perspectiva de género, me resulta imposible adivinar cuál pueda ser el modelo didáctico más apropiado para que las niñas adquieran destrezas emocionales que les permitan alcanzar las mismas puntuaciones que los niños en matemáticas, o para que los alumnos se igualen a las alumnas en lenguaje (en todas las evaluaciones externas, tipo PISA, las chicas obtienen resultados más bajos que los chicos en matemáticas y, en cambio, superan a los niños en lenguaje). A la vista de esta confusión, he pasado largas horas buscando investigaciones pedagógicas, legislación en otros países y experiencias didácticas que incluyan la perspectiva de género. He hallado una docena de estudios (8 realizados en México, 2 en Chile y 2 en nuestro país), todos de tipo descriptivo (el más antiguo es de 2013). Por desgracia, usan una metodología de investigación carente del más mínimo rigor científico, lo cual impide sacar ninguna conclusión seria. En cambio, no he encontrado ningún país cuya legislación exija la perspectiva de género en la enseñanza.

En el tema del fracaso escolar, da la impresión que el ministerio ha usado como criterio para medirlo la repetición de curso, los suspensos y la promoción automática de ciclo o etapa. Entendido así, es evidente que desaparece a través de un decretazo si se minimiza al máximo la repetición y si se permite pasar de nivel con asignaturas suspensas. El problema radica en que con soluciones tan facilonas baja la calidad del sistema educativo y se acaba la cultura del esfuerzo en el alumnado. En el contexto de ese tipo de soluciones, me ha extrañado que no impongan al profesorado la obligación de dar a las niñas doble puntuación que a los niños en cada problema bien resuelto. La otra alternativa propuesta es aligerar el temario, suprimiendo contenidos tan básicos y necesarios como la regla de tres, el mínimo común denominador, las conjugaciones verbales, los dictados, o considerar el castellano como una lengua policéntrica (según la RAE, significa conceder el mismo valor a la lengua oficial del estado que a todas las restantes variantes).