Hay muchas clases de tipos. Es un gran tipo, decimos de alguien que se comporta de forma excelente en todos los aspectos de su vida; un tipazo se refiere a hombres y mujeres que gozan de una espléndida carrocería; un tipo de cuidado es un sujeto a quien consideramos peligroso; un tipejo es un fulano ruin y despreciable, y… luego están los daguerrotipos.

Daguerrotipos

El daguerrotipo, un armatoste predecesor de la fotografía, fue presentado en sociedad por su creador, Louis Daguerre, en 1839 y, como es natural, los modelos a los que Monsieur Daguerre inmortalizaba eran, en todos los sentidos de la palabra, decimonónicos. El aparatejo era lo suficientemente voluminoso y el manejo tan complicado que, en la práctica, su uso fundamental fue el retrato en estudio y los retratados eran casi siempre señores muy prominentes, así que la imagen que tenemos de un daguerrotipo es la de un caballero muy serio y solemne, bien barbado y bien compuesto, que mira a la cámara como si se hubiera subido a un pedestal y parece un padre de la Patria ejemplar.

Para que nos hagamos una idea: un daguerrotipo viene a ser algo así como una fotografía del presidente del Consejo General del Poder Judicial, don Carlos Lesmes. ¿Se han fijado en que son todas muy parecidas, tanto da si las han tomado en la calle o en un acto oficial, con ropa de paisano o toga y puñetas? No falla, don Carlos parece siempre estar posando para la posteridad.

Esa severidad suya, con la que parece situarse por encima del bien y del mal, le da un aire respetable. Y su verbo florido presume de imparcial, ajeno a las debilidades humanas. Pero desconfíen, solo es la pose del daguerrotipo.

En realidad, Lesmes no ha sido nunca imparcial y jamás de los jamases estuvo por encima del bien y del mal. Algunos le definen como «un genovés con toga», en referencia a la sede del Partido Popular, y el culebrón del CGPJ lo demuestra de forma concluyente. Si no es atendiendo a esa confluencia del sector conservador del Consejo, con él a la cabeza, con los intereses de un partido, es imposible comprender el monumental disparate en que se ha convertido el órgano de gobierno de los jueces, caducado hace tres años, que siguió haciendo nombramientos vitalicios en salas clave del Supremo y la Audiencia Nacional (salas clave para determinados casos de corrupción que, oh casualidad, afectan directamente al PP) hasta que se lo prohibieron por ley. Como si ellos no entendieran que un consejo en funciones no debe adoptar decisiones de tanta trascendencia.

Tres años de caducidad y tres años en los que Lesmes no falta a su cita en la inauguración del Año Judicial. Tres años en los que, desde su pedestal, no se olvida de responsabilizar a «los partidos políticos» del desbarajuste y los exhorta a encontrar fórmulas de acuerdo que, en su opinión, deben pasar por la elección de los miembros del Consejo a cargo de los propios jueces. Que, otra casualidad, es el mismo punto de vista del PP. O, dicho de otra forma, que cuando Lesmes responsabiliza a los partidos, responsabiliza solo a uno: el que, con toda lógica, rechaza esa fórmula que daría inevitablemente el control al sector conservador (digan las urnas lo que digan), dada la abrumadora mayoría de jueces que engrosan las filas de ese sector.

Parece que, en este país, solo el Excelentísimo Señor don Carlos Lesmes no ha caído en la cuenta de las innumerables excusas y pretextos con las que el PP de Pablo Casado se ha negado a buscar esos acuerdos como le han pedido reiteradamente desde el otro bando. Porque Pablo Iglesias estaba en el Gobierno (¿?), porque proponían a determinado magistrado malquerido por la derecha, porque se indultó a los presos del procés… y ahora porque los socialistas no quieren cambiar la forma de elección de los vocales del Consejo que, dicho sea de paso, no cambiaron los populares cuando tenían mayoría absoluta para hacerlo. Claro que entonces no les hacía falta.

Bastaría con ese repaso para entender que son ellos quienes están haciendo inviable el acuerdo… bueno, salvo si eres Lesmes. Y bastaría con repasar el currículo de don Carlos para saber por qué. Diez años de fiscal, ocho con altos cargos en los gobiernos de Aznar y doce de Magistrado (ocho de ellos como presidente del CGPJ, a propuesta del PP), a pesar de que su puesto en el escalafón de la carrera mal justifica esos nombramientos. Que llevan aparejados suculentos beneficios económicos: ciento cuarenta mil euros anuales cobra el prócer, a lo que hay que añadir –este hombre saca tiempo de donde no lo hay– un sinnúmero de charlas, ponencias, debates y coloquios retribuidos, la mayoría patrocinados por FAES, la fundación del PP que preside Aznar. Las puertas giratorias no solo funcionan para los políticos.

¿Por qué dimitir para forzar al acuerdo de renovación del Consejo, como le piden muchos y como hizo su tocayo y antecesor, Carlos Dívar?

No hay que sorprenderse de nada. Si miramos la Historia, sabremos que muchos de esos grandes hombres que nos miran desde sus daguerrotipos fueron muy poco ejemplares en su vida privada y auténticos piratas en su vida pública, en la política y en la empresa. No pretendo llamar pirata al Excelentísimo Señor Lesmes, pero recuerdo que las maniobras parlamentarias de obstaculización por medio de trucos legales se conocen desde el siglo pasado como «filibusterismo», y que filibustero, según la Real Academia, es un pirata que, allá por el siglo XVII, formó parte de los grupos que infestaron las Antillas. No, pirata no. Pero creo haber dejado claro que el protagonista de este daguerrotipo es cómplice, por lo menos, de un acto de filibusterismo parlamentario que se pasa los imperativos constitucionales por allá donde están ustedes pensando.