No paramos de repetir que España es un conjunto de naciones, nacionalidades o territorios diferenciados, depende del gusto y condición de cada uno. No es cierto, nuestro actual Estado está constituido básicamente dos países: uno la Metrópolis, que aglutina la economía, la producción industrial, el comercio y donde además se toman las decisiones, y hay otro país, la Colonia: un país sometido, sin poder de decisión, que aporta materias primas y población, que ya no tiene.

Porque a esa colonia le arrancaron su población cuando los «polos de desarrollo» (finales de la década de 1950-1975) necesitaron mano de obra, materias primas y energía, que emigraban también con las personas. Igualmente utilizaron su territorio como lugar de paso entre los diferentes centros de la Metrópolis, dejando la pobre colonia con unas comunicaciones tercermundistas. Ahora se necesita más energía y los nuevos pozos de petróleo se van a colocar en el espacio que quedó supuestamente vacío –gran mentira la del vacío– y hay actividades que nadie quiere cerca de su casa y se llevan de nuevo al «espacio vacío» porque hay menos población afectada, y porque hay menos población que proteste hay que añadir. Y todo eso ¿A cambio de qué? A cambio de unos servicios tercermundistas, como corresponde a una colonia; servicios sobre los que, además, los popes neoliberales de la Metrópolis no dejan de clamar: son excesivamente caros, no son rentables. En la mesa redonda «El ferrocarril en la Celtiberia: pasado, presente y futuro», desarrollado el pasado sábado 25 en el III Encuentro de la Celtiberia Literaria y Creativa de Gotor, se puso de relieve el desmantelamiento o agonía de este medio en los territorios donde impera la rentabilidad sobre el necesario servicio público.

Ejemplos abundantes

Hoy hay abundantes ejemplos de la existencia de esos dos países en nuestro Estado español; ejemplos de colonización que resumiremos en dos que son palmarios: la negativa rotunda no a mejorar, sino a mantener un servicio mínimo de comunicaciones mientras se utiliza ese mismo territorio para crear infraestructuras que permitan unir las Metrópolis en tiempo récord. Y a propósito de esto nos preguntamos: ¿de dónde va a salir la energía, la electricidad, para mover el AVE que atraviesa sin compensaciones nuestras tierras abandonadas? De la Colonia, de unos parques eólicos y solares que no pagan nada, o casi nada, que no dan puestos de trabajo y sí molestias a los colonos, por no hablar de la incidencia en nuestros paisajes, casi lo único que nos queda. El segundo ejemplo de «colonización» es, si cabe, más sangrante: el patrimonio histórico de la Metrópolis es precioso, millones para salvar edificios no excesivamente antiguos, que no me parece mal, pero mientras tanto el patrimonio de la Colonia languidece en espera de subvenciones alambicadas que casi nunca llegan; porque los pueblos no tienen medios para hacer los proyectos, ni mucho menos para completar el porcentaje de autofinanciación que se les exige, pasando así a depender de la caridad de la Metrópolis.

Seguiremos siendo dos países mientras la Metrópolis siga utilizando la aplastante superioridad en votos para imponer leyes contra la Colonia, mientras esta no tenga posibilidad de una autonomía que las diferentes Metrópolis ya se han encargado de preservar y expandir. Pido, cuando menos, la figura del tribuno rural con la capacidad de limitar las leyes cuando estas puedan perjudicar al «espacio vacío».