«El león y la gacela yacerán juntos, pero la gacela no dormirá muy bien», escribió Woody Allen, a modo de proverbio oriental, en su libro Sin plumas. Se me ocurre esta cita cada vez que surge una nueva polémica sobre la presencia del lobo en nuestra tierra. Lobos y ovejas no pueden yacer juntos, porque el ganado no dormiría muy bien. Pero aquí, en Aragón, y ahora, en el siglo XXI, no se trata de convivir, sino de coexistir. Por directrices europeas y españolas, pero sobre todo por leyes de la naturaleza, el ser humano no puede cazar ejemplares de esta especie, forzar su destierro de la comunidad o exigir su extinción. Al ganadero no le queda más remedio, entonces, que proteger su ganado con las medidas más eficaces y con las ayudas más razonables por parte de las mismas autoridades que establecen las normas conservacionistas.

En el monte caben todos, explican pastores de Castilla y León en un notable y sencillo documental, En tierra de todos, que recoge testimonios de ganaderos y ecologistas de diversos países europeos. En el caso español, los protagonistas de dicho documental defienden la presencia (muy numerosa) de ese cánido salvaje en las sierras donde pastan sus cabras y ovejas. Asumen que deben protegerlas con mastines y vallados y vigilarlas. Vigilarlas siempre. El debate en Aragón se encuentra en otro nivel: la presencia del lobo es más reducida y, sin embargo, provoca más inquietud y crispación. Aquí convendría que ganaderos, expertos en la naturaleza, autoridades y defensores del lobo utilizaran foros de entendimiento para analizar la situación de forma reflexiva, sin malas maneras, y buscar soluciones. La convivencia no es posible, pero coexistir, sí, por supuesto.