Entre otras gratas noticias que han acompañado al mes de octubre, quisiera destacar una, cuyo profundo significado merece la pena subrayar. El alcalde de Zaragoza, Jorge Azcón, junto a otros responsables municipales, participó en un «desayuno a ciegas» en el que pudo comprobar las dificultades cotidianas a las que se enfrentan las personas con limitaciones visuales. Se trata de una experiencia en la que, mediante un simple antifaz, se hace patente la problemática a la que han de someterse día a día aquellos que no han tenido demasiada suerte en el reparto de cartas del juego de la vida.

Calzar zapatos ajenos, ponerse en la piel de otro, es el camino más rápido y efectivo para comprender y empatizar con segmentos de la población para los cuales tanto significan las medidas de adaptación que pueden emprender las instituciones con cometidos en el diseño urbano, tales como la eliminación de barreras o peatonalización de espacios. Por fortuna, tales disposiciones son cada vez más habituales en nuestras ciudades, en detrimento del tráfico rodado, lo cual las hace más humanas y habitables.

También es de agradecer que otros organismos estatales se preocupen de los colectivos más desfavorecidos mediante la adopción de normativas compensatorias, como puede ser la reducción de periodos de cotización, para aquellos que han tenido la suerte de conseguir un trabajo más o menos estable, o el mantenimiento de la opción de tributación conjunta en el IRPF en el caso de que el cónyuge discapacitado carezca de ingresos y, por tanto, no pueda beneficiarse de los beneficios y exenciones previstas en el reglamento del impuesto.

Son luces de esperanza que iluminan y hacen más fácil el tránsito por la vida para quienes, con un poco de ayuda, pueden llegar a desenvolverse con notable autonomía. ¿Calzamos por un instante sus zapatos?.