Unas contradictorias declaraciones de Arnaldo Otegi, portavoz y coordinador general de EH Bildu, han traído al primer plano de la actualidad el todavía no resuelto final de ETA. Hace ahora diez años la banda terrorista anunció «el cese definitivo de la actividad armada», pero ni se disolvió, ni entregó las armas que conserva, ni aclaró los tres centenares de asesinatos que siguen pendientes de resolver, de entre los más de ocho centenares de muertes que provocó a lo largo de sus cuarenta y dos años de crímenes y violencia.

La sociedad española sufrió durante más de cuatro décadas las extorsiones, amenazas, chantajes y asesinatos de la banda, que causó tanto miedo y sufrimiento a miles de personas y que angustió el corazón de la mayoría de la sociedad española.

El coordinador de Bildu ha dicho esta semana, hablando en español, que «siente enormemente el sufrimiento de las víctimas», que «nunca debió de haberse producido ese dolor» y que está dispuesto a mitigarlo «en la medida de nuestras posibilidades». Un día después de esas declaraciones, aunque luego lo matizó, anunciaba, hablando en euskera, que si el Gobierno liberaba a los 200 etarras que continúan en prisión, votaría a favor de los presupuestos del Estado para 2022.

Muchos han dudado de la sinceridad de estas declaraciones, que siendo un paso hacia delante, no clarifican nada y contribuyen muy poco a poner fin a la pesadilla.

Página negra

Si Bildu y su entorno quieren que aquella terrible parte del pasado de España pase definitivamente a la historia lo tienen fácil: que pidan a lo que pueda quedar de ETA que se disuelva, que condenen sin paliativos los asesinatos y la actividad criminal de la banda terrorista, que colaboren para clarificar los asesinatos que quedan por resolver, que contribuyan con sus propios fondos –que pueden hacerlo– a resarcir los daños provocados a las víctimas, que obliguen a los que sepan su paradero a entregar todas las armas y que se sometan a la ley y a la justicia democráticas.

Nadie podrá devolver la vida a los asesinados, pero cuando todo eso ocurra, la sociedad española, que ha demostrado en tantas ocasiones generosidad a raudales, incluso con los criminales y corruptos arrepentidos, tal vez esté en condiciones de asumir que los terroristas se rehabiliten, que los presos salgan libres a la calle y que colaboren a la paz y a la concordia. Y tal vez así, quizás algún día, ojalá no muy lejano, ETA y sus crímenes solo sean un doloroso recuerdo y una página negra de nuestra historia.