Cada hora que pasa, la frase de Arturo Aliaga en la clausura del congreso del PAR de «borrón y cuenta nueva» resuena con más ambigüedad. Se puede interpretar de dos formas: un aquí no ha pasado nada y todos tan amigos o me habéis intentado echar, no lo habéis conseguido, esto va a cambiar.

La falla abierta en el seno del Partido Aragonés con la presentación de una candidatura de renovadores, con la directora general de Turismo, Elena Allué, a la cabeza para disputarle a Aliaga la presidencia de la formación se ensancha cada día más. Pese al tono conciliador de su discurso de clausura, en el que instaba a todos los militantes a construir un proyecto serio y sólido «sin excluir a nadie», y proclamaba que el que quisiera integrarse «tenía las puertas abiertas», las declaraciones posteriores se alejaban y se alejan bastante de ese mensaje integrador. Aliaga ha hablado de «deslealtad, de «ataque personal», de «falta de legitimidad», de «humillación». Mientras en la facción crítica se verbaliza el «pucherazo», las «irregularidades», la «ejecutiva del 50%», de la vía judicial. Palabras lo suficientemente gruesas como para que la división interna del partido no sea lo «anecdótica» que definió el reelegido presidente sino algo más.

Porque lo ocurrido el pasado sábado durante el cónclave del PAR no solo es una cuestión interna del partido, por más que algunas personas quieran obviarlo. Puede tener más transcendencia. Y es que la candidata Allué es, o quizás lo ha sido, la mujer de confianza de un Aliaga que también es vicepresidente del Gobierno cuatripartito de Aragón. Y es en ese papel en el que más reproches lanza a su oponente en la entrevista concedida a EL PERIÓDICO. Desde su inclusión de número dos en la lista de Zaragoza a las Cortes, su apoyo a la candidatura al ayuntamiento de la capital aragonesa o su «pelea» en la negociación por el acuerdo de gobierno para que su formación recuperara la Dirección General de Turismo. Son heridas que necesitarán mucho cicatrizante y que aún así dejarán huella.

Es cierto que haber ganado la presidencia por un estrecho margen de 20 votos no es una ventaja suficiente para un presidente que ha dirigido los designios del partido durante seis años y ha contado con todo el aparato institucional de su lado. A lo largo de este tiempo, mensajes ha recibido muchos. Y no todos subliminales. Una cuestión más para esa reflexión sosegada que anuncia, analizar si su intensa dedicación a las tareas de gobierno no le ha alejado demasiado de la dirección de esas siglas en las que tanto cree.