De la bronca mayúscula (e histórica) en el PAR tras el liderazgo revalidado de Arturo Aliaga a la jaula de grillos que se ha convertido Ciudadanos o la eterna incógnita en las dudas sobre el candidato popular Beamonte. Entre los tres partidos se podría completar un serial de cómo la fragmentación interna se incentiva por las ansias de poder de quienes son segundones o por la cerrazón de otros líderes que son incapaces de entender que su tiempo ya ha pasado. La crisis interna que viven no favorece sus expectativas electorales. Con la caída electoral del PSOE lenta pero constante, es el PP quien avanza captando el voto huérfano de quienes están más en el ruido que en las nueces. Solo el PP lo lograría en Aragón, con su actual candidato Beamonte, si el arreón de Casado es real y Azcón lo apuntilla. Siempre y cuando sea el elegido por Génova o este opte a la reelección; aunque mientras suenan otros nombres posibles. Lo que sucedió en el congreso del PAR está más cerca de una película de bajo coste, cutre y pueril, que de lo que se le presupone al socio preferente de Javier Lambán. Las acusaciones de pucherazo a gritos, la fragilidad política del vicepresidente Aliaga o el intento de Allué por hacer una ejecutiva paralela. Un circo impropio de lo que es (o era) el PAR. La gota que colmó el vaso: el cese fulminante de Allué y la purga a los críticos que se viene. Una decisión que provocará una revuelta interna similar a la de Sánchez con su coche recorriendo el territorio. Y sino, al tiempo. En Ciudadanos las cosas no cambian. El runrún interno con deslealtades y pullas que vive el partido desde su fundación en Aragón es crónico. Las dudas sobre la transparencia de Daniel Pérez son una excusa, al margen de sus razones, para dilapidar su liderazgo. La realidad es la lucha descarnada de Susana Gaspar, Alberto Casañal y algún otro (entre ellos la vicealcaldesa Fernández) para colocarse ellos. Lo de siempre.