Opinión

Derecho a su propia historia

¿Los castellanos descubrieron a los amerindios o al revés? ¿No sería un descubrimiento mutuo?

Ha sido tema de actualidad nuestra actuación pretérita en Hispanoamérica. Hemos sufrido la visceralidad de algunos personajes y medios ante la solicitud del presidente de la República de México, Andrés Manuel López Obrador, de que España pidiera perdón. A quien ridiculizó a AMLO le recuerdo que los españoles de bien estamos muy agradecidos por la gran acogida que México hizo a los compatriotas exiliados de la Guerra Civil. El papa Francisco se disculpó por los «pecados» de la Iglesia católica en México. En el 60 aniversario de la independencia de la República Democrática del Congo, el rey Felipe de Bélgica pidió perdón por los estragos del colonialismo. Alemania reconoció el «genocidio» en Namibia y pidió perdón por los hechos perpetrados entre 1904 y 1908, en los que murieron 75.000 personas. Ni los belgas ni los alemanes del 2021 son responsables de los actos de hace 100 años. Ni tampoco los españoles de hoy por hechos de hace 500 años. No obstante, la disculpa institucional puede servir para tender puentes entre países, que comparten muchas cosas en común.

Mas, es difícil disculparse en España por alguien con una visión de la Historia, como la expresada en 1947 en el libro Hernán Cortés de Manuel Trillo:

«Conviene recordar la calumniosa exageración en que, sobre todo a propósito de nuestra obra en América, se ha incurrido por extranjeros malignos y hasta por españoles ofuscados, pintando a España como opresora madrastra de aquellos países… Precisamente nuestra obra allá, nuestro divino obrón de redenciones, nuestro desdoblamiento abnegado y hasta la locura, es la página mayor, ¿qué digo de los anales de España?, de los anales del mundo, después del advenimiento del Redentor». Es la misma visión de Aznar, Ayuso y Cantó. Y de muchos españoles. ¿No conocen el sermón de 1511 de Antonio Montesinos, la obra de Bartolomé de las Casas o la Controversia de Valladolid?

Esta visión de la historia se debe a que, durante casi cinco siglos, la historia de los pueblos de América quedó en manos de los historiadores europeos o americanos con pensamiento europeo; en manos de los vencedores. A los pueblos «sin historia, sin memoria y sin sueños», los vencedores impusieron una historia, su historia. La historia contada es solo una parte de la historia. Para Enrique Dussel, las palabras construyen discursos que jerarquizan y priorizan mensajes e ideas que plasman una manera de organizar el mundo. Quien escribe la historia tiene la capacidad de negar hechos a la vez que entroniza otros o los convierte en protagonistas de la historia. La palabra «descubrimiento» supone una mirada europea como centro del mundo que descubre o quita el velo de un continente. «Hablar del descubrimiento es partir del «yo» europeo como constituyente del acontecimiento histórico: «yo descubro», «yo conquisto», «yo evangelizo». El «yo» europeo define al primitivo habitante (amerindio) des-cubierto como cosa que, entrando al mundo del europeo, cobra «sentido».

Por eso, Eduardo Galeano nos dice con gran ironía en Los hijos de los días: «En 1492, los nativos descubrieron que eran indios, descubrieron que vivían en América, descubrieron que estaban desnudos, descubrieron que existía el pecado, descubrieron que debían obediencia a un rey y a una reina de otro mundo y a un Dios de otro cielo, y que ese Dios había inventado la culpa y el vestido y había mandado que fuera quemado vivo quien adorara al sol y a la luna y a la tierra y a la lluvia que la moja».

Es un sinsentido seguir manteniendo esa concepción del descubrimiento. ¿Quién descubrió a quién? ¿Los castellanos a los amerindios, o los amerindios a los castellanos? ¿No sería un descubrimiento mutuo? No obstante, esta concepción eurocéntrica sigue vigente. La podemos ver en el artículo del escritor español, Ricardo Bada, publicado en el diario El Espectador de Bogotá el 5 de abril de 2018, de título muy sugestivo: «A 525 años del descubrimiento de Europa»:

«Una vez más se ha ignorado la efeméride del descubrimiento de Europa por los indígenas americanos, un acontecimiento que hubiera debido recordarse el 15 de este mes. Hagamos memoria: el 15 de marzo de 1493, la carabela en que regresaba Colón de su viaje a las Indias por Occidente arribó de vuelta al puerto de Palos llevando a bordo seis indígenas, de manera que, por obra y gracias de ellos seis, y aunque a la trágala, se produjo el espantable descubrimiento de Europa por los americanos. Este año se han cumplido 525 desde semejante hecho histórico al que según parece nadie le quiere dar pelota. Y me indigna, porque el fatal 15 de marzo de 1493 es una fecha por lo menos tan digna de figurar en las crónicas como el casual 12 de octubre de 1492. O más».

El problema de España es que pasamos de ser un imperio a una nación débil, a medio hacer y eso no hemos sabido asumirlo. Nos cuesta reconocer nuestros clarososcuros históricos –reconocerlos no es ser antipatriota– pero también resolver nuestros problemas internos. De ahí nuestra excepcionalidad. Al mantener el 12 de octubre como Fiesta Nacional, España es el único país del mundo, cuya fiesta no se refiere a una gesta como un levantamiento por la libertad (Francia), una rebelión contra la opresión extranjera (Argelia), o a la consecución de su unidad nacional (Alemania), sino a una conquista imperial y colonial, que implicó el dominio y explotación sobre otros pueblos.