Algunos historiadores no conciben la ficción histórica. Otros tienen claro que la Historia puede entenderse mucho mejor con píldoras novelescas, en las que la invención literaria se adapta al rigor y a los hechos. Con ello se puede conseguir que una época un tanto confusa de entender se convierta en una fascinante lección. Incluso el delirio de ficción en que a veces se convierte el cine (véase Gladiator, de Ridley Scott, con sus innumerables gazapos y atentados a lo que ocurrió en tiempos de Marco Aurelio y Cómodo) puede ayudar a amar la Roma antigua. Domingo Buesa, uno de los grandes historiadores aragoneses, tenía sus reparos hacia la novela histórica. Hasta que escribió Tomarán Jaca al amanecer (2019), sobre un episodio acaecido en el siglo XVII. El proceso por el que unos documentos oficiales, archivados durante siglos, se convierten en unas páginas de intriga, de suspense, de acción o de humor le resultó fascinante. Luego siguieron La tarde que ardió Zaragoza (2020), novela en la que Buesa retrata el motín de los broqueleros de 1766, y El retrato de la madre de Goya, que se presentó el pasado jueves en Zaragoza.

El escritor Juan Bolea afirmó en la presentación (en la que estuvo con el director de este diario, Nicolás Espada) que ya solo el primer capítulo es «extraordinario», escrito por un novelista que domina con asombrosa perfección el arte literario. Y yo estoy de acuerdo. En el caso de Buesa, como el de José Luis Corral u otros historiadores, ese arte está al servicio de la Historia. Al fin y al cabo, uno de los objetivos del historiador debería ser llegar al máximo al gran público. Buesa ha encontrado un camino ameno, didáctico y siempre riguroso para alcanzarlo.