Hoy, hace cincuenta años, Richard Nixon firmó la Ley Nacional del Cáncer. Comenzaba la Guerra contra el Cáncer. Se respiraba un entusiasmo enorme por la llegada del hombre a la luna y desde la sociedad civil, especialmente promovido por la activista de la salud y filántropa Mary Lasker, se planteó el reto a Nixon de curar el cáncer en 1976, coincidiendo con el bicentenario de la fundación de los EE.UU. Su mortalidad había aumentado más de un 20% en los años precedentes. Se reclamaba el deseo, convicción y compromiso político, el dinero y hacer un plan integral de investigación del cáncer que concentrase esfuerzos emulando las misiones Apolo. El objetivo era descubrir los secretos del cáncer y encontrar sus puntos débiles. Sin embargo, desde el principio, esta guerra fue controvertida. Muchos científicos destacados se opusieron a ella porque temían que restase la atención hacia otras investigaciones. Entre la población generó unas expectativas poco realistas de que la cura del cáncer estaba a la vuelta de la esquina. ¿Por qué se consiguió llegar a la luna y no hemos curado el cáncer todavía?

Subir a la luna fue fácil. Hizo falta mucho dinero, esfuerzo y talento, pero el conocimiento de la física, ingeniería, materiales, química, etc. se conocían completamente o, al menos, en gran parte. En aquel momento erradicar el cáncer era como haber intentado ir a la luna sin conocer las leyes de gravitación universal de Newton. Nadie esperaba en las vísperas del día de Navidad de 1971 que fueran nuestros propios genes los responsables transformar a nuestras propias células en «egoístas, inmortales y viajeras» como llama Carlos López Otín a las células tumorales. Y, pese al optimismo de unos pocos investigadores del cáncer que en aquel momento tenían la esperanza de que algún día el sistema inmunológico podría aprovecharse para combatir el cáncer, nadie podía soñar, ni siquiera hace veinticinco años, que hoy un tercio de todas las personas con cáncer recibirían algún tipo de inmunoterapia.

Medio siglo en guerra contra el cáncer Antonio Postigo

Hemos tardado cincuenta años en cimentar un edificio de conocimiento que nos permite plantar cara a muchos cánceres. Hemos aprendido muchísimo. La letalidad del cáncer en su conjunto ha disminuido un 27% desde el comienzo de esta guerra y hoy más de la mitad de los tumores se curan.

La ley del cáncer americana ayudó a establecer una forma de trabajo que continúa hoy en día y que ha favorecido el descubrimiento de las inmunoterapias o el estudio de los genomas del cáncer que están ayudando a personalizar los tratamientos para cada paciente. Se han reducido los efectos secundarios de las quimioterapias, se ha aprendido a diseñar fármacos específicos dirigidos frente a mutaciones específicas.

Si en 1971 se hubiera aceptado decir que el cáncer eran unas cuarenta enfermedades, ahora podemos decir que son más de cuatrocientas. Esto significa que tenemos que encontrar y desarrollar tratamientos únicos y específicos contra cada subtipo, ir a la luna cuatrocientas veces.

Los cánceres son, en esencia, enfermedades de nuestros genes, y leer todos los genes de un ser humano se consiguió en 2001, se tardó quince años y costó tres mil millones de dólares. Hoy podemos leer un genoma en apenas unas horas y por unos pocos cientos de euros. Los genomas nos han dado pistas de cómo surgen los tumores y por qué dos tumores que parecen tan iguales al microscopio responden de manera diferente a los tratamientos. Podemos descifrar el genoma de un tumor célula a célula y la técnica es tan sensible y eficaz que podemos detectar el ADN de un tumor en una muestra de sangre, lo llamamos biopsia líquida. Esta nueva forma de diagnóstico es, por ejemplo, para algunos casos de cáncer de mama más sensible que una mamografía. Pero siguen muchos retos, por ejemplo, con el adenocarcinoma de páncreas o algunos tumores cerebrales que todavía precisan más ciencia para encontrar soluciones.

Gracias a estos avances uno de los cánceres más mortales, el melanoma metastásico, ahora es curable en más de la mitad de todos los casos. Se une al cáncer testicular y a algunas leucemias y linfomas como tipos de cáncer que se pueden curar incluso cuando se han diseminado. Se han producido avances enormes en la comprensión y el tratamiento de otros cánceres incluidos los de mama, próstata, pulmón y tiroides. La inversión realizada hace cincuenta años sigue dando sus frutos. Ahora que tenemos ese edificio de conocimiento es el momento de hacernos partícipes de nuestra salud y de apretar el acelerador de la investigación.