Con la caída de Pablo Casado podemos dar por finiquitado el breve período de la efebocracia en España. De aquellos cuatros jóvenes, sobradamente preparados y apuestos políticos que apenas hace unos pocos años tomaron las riendas de sus partidos —Casado, Pablo Iglesias, Albert Rivera y Pedro Sánchez— solo resiste este último, que ha ido cumpliendo y encaneciendo en el poder. Cuando, previsiblemente, Sánchez tenga que enfrentarse en las próximas generales a Alberto Núñez Feijóo ya no podremos hablar de nueva efebocracia, sino más bien de maduritos.

De los cuatro efebos, comenzando por la última víctima, por el bueno de Pablo Casado, siento decir que su caída no me ha afectado ni sorprendido. Teniendo en cuenta las encuestas de los dos últimos años, en ninguna de las cuales el PP había conseguido sobrepasar al PSOE, era más que previsible que los populares aprovechasen cualquier excusa para buscar un candidato con mayores posibilidades de derrotar a Pedro Sánchez. Por lo demás, tampoco lo van a condenar a Casado de por vida. La casta es caritativa. Se le agradecerán los servicios prestados y se le concederá un escaño vitalicio, a fin de que no tenga necesidad de fichar en un curro corriente, faltaría más.

Cosa que sí, hizo, hasta que le han dado papela en el bufete donde le habían fichado como abogado estrella, un Albert Rivera que bien pudo seguir en política en lugar de dar, como dio, la espantá cuando las urnas le dieron la espalda. Otros muchos líderes antes que él tuvieron malos resultados y no por eso se fueron con una cantante.

Distinto caso, más incomprensible aún, fue el abandono del efebo de UP, Pablo Iglesias. Pasar de una vicepresidencia del Gobierno central, con el inmenso poder que conlleva, a candidato de unas elecciones locales en las que quedó zaguero, y de ahí a aburrir como tertuliano, hay uno, dos, tres pasos nada fáciles de entender.

La retirada de Casado, por eso, me parece menos misteriosa, en base a su escaso tirón. Su secretario general, el mediocre García Egea, y él se diluirán en las aguas de un partido que mira a Galicia como su espejo, aunque en su luna no se refleje ningún efebo sino un serio y formal cincuentón que, por fin, quiere ser presidente.