Tanto en la literatura como en las artes visuales el realismo social se dio a conocer como movimiento artístico, identificándose con escenas costumbristas de gente sencilla y trabajadora, pero también enseñó momentos duros y dramáticos de una sociedad en conflicto. La Revolución Industrial y la Gran Depresión contribuyeron a que los artistas mostraran los avatares de aquella sociedad europea y americana de los siglos XIX y XX, que se encontraba en plena transformación. Aunque el realismo social se enmarca, en la historia de arte, en los siglos posteriores a Goya, no hay que olvidar al pintor aragonés como un cronista de su época, por lo que se podría decir que fue pionero al transcribir y representar en sus grabados, sobre todo en los Caprichos y en los Desastres, el fiel reflejo de aquella sociedad, una referencia histórica de indudable valor.

Los caminos que abrió Goya fueron transitados como fuente de inspiración por otros muchos artistas que llegaron a realizar obras que se han quedado, en nuestra memoria, como iconos representativos de conflictos y miserias. Recordamos Mujer con niño muerto o Los prisioneros (1903, 1921) de la grabadora y escultora a Käthe Kollwitz, el representativo mural de Diego Rivera, El hombre en la encrucijada (1934) o la conocida fotografía Madre migrante, realizada durante la Gran Depresión por la fotoperiodista estadunidense Dorothea Lange. Adentrarse en el realismo social supuso, para muchos artistas, una ocasión para difundir la situación social y política de sus países, construyendo escenas en las que se transmitía el sentimiento de lo cotidiano y el horror del fracaso humano.

Los conflictos traumáticos que se han dado en los siglos XX y XXI se han seguido transmitiendo también a través de las obras de escritores, periodistas y cineastas con angustiosos documentales sobre las guerras que han asolado al mundo y sus consecuencias. Este patrimonio gráfico ha permanecido hasta nuestros días con una cierta mirada aleccionadora y a la vez lejana, creyendo que los combates y genocidios representaban a un mundo reaccionario y atrasado sin cabida en nuestros días.

Aquellas luchas fratricidas de nuestra guerra civil y de las ciudades masacradas en las dos guerras europeas del siglo XX, que nos describían la absoluta degeneración del ser humano en los archivos del pasado, han vuelto a ser un presente que creíamos impensable. Viajé a Rusia en 2012 visitando varias ciudades y encontré un país con un gran patrimonio cultural y artístico, pero con una sociedad empobrecida y triste, dividida entre los que detestaban la revolución de 1917 por haberles arrebatado sus casas y su modus vivendi y los prosoviet que lo justificaban. En estos momentos Rusia ha empezado una guerra sin enemigo por la locura ambiciosa del dirigente Vladímir Putin, un ser despreciable que ha vuelto a abrir los archivos de las guerras del pasado con las mismas imágenes de asesinatos y destrucción de la población civil y militar. ¿Y todo esto para qué? La impotencia y la tristeza permanece sumada a la diezmada población afectada por la pandemia del siglo. Parece que solo nos queda esperar, ser solidarios y desear que los ciudadanos rusos se levanten masivamente en contra de esta contienda fortalecidos por el poder de su cultura y el raciocinio del insigne Hermitage.