Cuatro años ha durado la Feria del Libro de Zaragoza en la plaza del Pilar. Cuatro años en los que apenas ha habido tiempo para echar raíces y acostumbrar al público a ese reducido espacio entre el Ayuntamiento y la Oficina de Turismo. Una vez más, editores, libreros y demás expositores tendrán que abandonar unas tierras que ya empezaban a ser fértiles para la pasión por la lectura y buscar un nuevo horizonte. En junio de 2022, si no hay cambios, pasarán de orillas del Ebro a orillas del Huerva para colonizar con sus libros el parque José Antonio Labordeta. La única –y esperanzadora– referencia de este espacio data del pasado 23 de abril, cuando desfilaron miles de personas por un recinto preparado para el Día del Libro, pese a las molestas restricciones que se produjeron por la pandemia. Pero una feria no es el Día del Libro: la motivación de la gente no es exactamente la misma.

Habrá que ganarse otra vez al público y confiar en que el parque se convierta por fin en el escenario que identifique esta cita anual con su ciudad

Habrá que ganarse otra vez al público y confiar en que el parque se convierta por fin en el escenario que identifique esta cita anual con su ciudad. La Feria del Libro de Madrid es un gran evento social, próspero y simbólico para la capital, en gran medida porque desde 1967 no se ha movido del parque del Retiro y ha encontrado su lugar idóneo, que ya nadie se atreve a cuestionar. En Zaragoza un expositor no ha dejado de sentirse hasta ahora como esos indios expulsados de Kentucky y Alabama, arrojados al otro lado del Misisipi, perseguidos en Oklahoma y recluidos finalmente en Arizona. Ojalá el parque Labordeta, el Grande, sea el asentamiento definitivo para una feria que nunca más debería ser tratada como si fuera un mueble que no encaja en el salón, ni en el vestíbulo ni en la habitación de la abuela.