Nueve de cada diez propagandistas del pensamiento crítico no han tenido una idea propia en la vida, y si reconocieran una la perseguirían con saña.
Esta semana se ha publicado el real decreto que establece la ordenación y las enseñanzas mínimas de la educación secundaria obligatoria. Ha generado varias polémicas: una de ellas se debe al trato de la filosofía. Hay una asignatura de valores cívicos y éticos en la ESO, y por eso algunos dicen que en la ESO se da filosofía: cómo no va a ser así, con lo que nos importa el pensamiento crítico. Quien mejor ha explicado el asunto es el ensayista y senador socialista Xavier de Lucas: «en Bachillerato habrá dos asignaturas de Filosofía. Pero no menos cierto y verdad a mi juicio: en la Enseñanza Secundaria Obligatoria (...) no se enseñará filosofía». Esto contravendría el artículo 4 del real decreto: «La finalidad educativa de la ESO consiste en lograr que los alumnos y alumnas adquieran los elementos básicos de la cultura, especialmente en sus aspectos humanísticos».
Ya es un problema grave
Como ha escrito Rafa Latorre, el real decreto no va a convertir la educación en un problema grave en España porque ya lo es. Lo que más deprime es su lenguaje autorreferencial, fingidamente técnico y abrumadoramente inane, muy extendido en los textos educativos. Ni siquiera irrita: anestesia. Media docena de páginas te abotargan; con diez, tienes jet lag. Un ejemplo: un bloque «subraya la importancia de este componente que integra, además de valores y actitudes, otros ámbitos asociados al desarrollo personal del alumnado. Estas dimensiones son fundamentales para la formación integral, tanto por el sentido que otorgan al resto de los saberes, a los que complementan y dan significado, como por su proyección social y ciudadana».
Leer este largo trabalenguas sin gracia, cuando el ascensor social se ha averiado y los ricos envían a sus hijos a circuitos educativos cuya única función es señalar que tus padres son el tipo de persona que puede pagar ese itinerario académico y que por tanto tú perteneces al grupo social cualificado para acceder a determinados puestos, se parece a abrir una caja que solo contiene planchas de poliespan y encima saber que es tu cena de esa noche. Al hacerlo, con tanta compasión por quien tenga que seguir las directrices como por los alumnos que deban someterse a ellas, uno recuerda las clases del CAP, una de las mayores pérdidas de tiempo de la formación de los españoles (para arreglarlo se ha multiplicado su duración). Y recuerda sobre todo la vieja máxima: los que no saben enseñan, y los que no saben enseñar enseñan a dar clase a los otros. Los que no saben enseñar a enseñar redactan leyes de educación.