Los autores aragoneses se van a volcar durante estos próximos nueve días para demostrar en la Feria del Libro de Zaragoza varios aspectos trascendentales: el nivel literario de esta tierra goza de una salud excelente; no hay nada mejor que un libro aragonés para describir la realidad del territorio, desvelar y fabular nuestro pasado y comprender con cierta exactitud lo que sentimos, disfrutamos y sufrimos los que aquí vivimos; si se trata de dejar volar nuestra imaginación, esta puede elevarse con nuestros libros tan alta y tan libre como con otras obras de mayor prestigio y marketing nacionales; y si buscamos parajes de ensueño, fuertes emociones, aventuras trepidantes, misterios históricos, terror, suspense, espionaje, ciencia-ficción, romance, ensayos profundos y didácticos o la mejor literatura infantil, lo ideal es pasear estos días por el parque José Antonio Labordeta y dejarse atrapar por la magia que destilarán sus casetas hasta el domingo 12 de junio.
Lo único que necesita la feria zaragozana es convencer a todos de su utilidad pública, como ocurre en otras capitales. Eso significa que las autoridades locales deben entender que un evento de esta magnitud cultural requiere, sobre todo, estabilidad. Ni debería moverse tanto de aquí para allá (solo permaneció cuatro años en la plaza del Pilar) ni tendría que estar supeditada al brillo momentáneo de aquellos acontecimientos extraordinarios que podrían acogerse en otros escenarios. Es decir, que la feria ya no se toca. Hoy empieza su futuro en el parque más grande de la ciudad y es de esperar que enganche al público y se quede para siempre. Lo agradecerán los autores, los editores, los libreros y, sobre todo, los ciudadanos.
