El Periódico de Aragón

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Juan Bolea

Sala de máquinas

Juan Bolea

Móviles

El nuevo estilo de vida online, este presente continuo basado en el espectáculo, en la información como show y en el show como opio del pueblo, está generando una nueva sociedad audiovisual, ágrafa, apolítica, insegura y cómoda.

Cada día que pasa, las ideas disminuyen a favor de las anécdotas, la fortaleza mental y la disciplina se relajan a favor del chiste fácil. Hay poca o ninguna intensidad en el debate, así como, en el fondo, pocas o ningunas ganas de debatir nada. Debatir, ¿para qué? ¿Sobre qué? Acerca, en todo caso, del tema que esté de moda, pero que, al durar tan poco en candelero no llegará a inspirar un sano debate sino un tópico o cotilleo compartido por miles o millones de ociosos que un minuto después estarán rastreando por las redes otro momentazo que compartir.

En esta nueva ilusión del tiempo generada por el consumo de televisiones y móviles, el individuo comienza a perder sus antiguas bases educativas, sus duramente aprendidas prácticas de concentración y comunicación, para ir transformándose en un ojo que ve imágenes tan rápidas como desconexas. Algunas de las cuales le provocan risa; otras, excitación; las más, una indiferencia que va creciendo como antiguamente el hastío existencialista se apoderaba del pensamiento, del ritmo y la vida de sociedades enteras que hoy se diluyen en un cibernético pantanal de colores y voces histéricas a merced de las nuevas drogas al alcance de un clic. Estupefacientes mentales, placebos de alto poder adictivo… Véanse, si no, las cabezas inclinadas sobre los móviles aprovechando cada momento libre para conectarse.

Pero, ¿hay soluciones a esta tendencia? ¿Cabe esperar de nuestra capacidad de reacción una compensación a la progresiva implantación de la hegemonía audiovisual? Sinceramente, no lo creo posible. Muy por el contrario, me temo que nos estemos dirigiendo a un monopolio. Matizando que, si tan solo de plataformas se tratase, el problema no sería tal. Constituyéndolo —ahí sí—, el contenido vulgar, cuando no denigrante, de programaciones y emisiones sin la menor calidad e interés, pero que gustan, que «arrasan en las redes», arrasando, en realidad, con el buen gusto y con los pilares de la educación. Peligro.

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