Ni abuelo materno fue asesinado en Albentosa, provincia de Teruel, el 17 de julio de 1947. Tenía 46 años. Había sido médico en este pueblo hasta 1936. Al comienzo de la guerra civil tuvo que huir con su mujer y sus hijos a Chelva, Valencia, debido al avance de las tropas franquistas. Fue médico en Chelva durante un tiempo y, en 1937, fue llamado a filas por el Ejército Republicano donde seguiría también ejerciendo su profesión hasta casi el final de la contienda. Desde entonces hasta su muerte volvería a ser médico de Albentosa.

Mi abuelo era un hombre bueno y amable, con un optimismo a prueba de bomba y un extraordinario amor a la vida y a las personas. Nunca se negó a ayudar ni a curar a nadie, viniera de donde viniera, pensara lo que pensara, fuera rico o pobre, a la hora que fuera (noche o día), tanto si el calor era abrasador como si habían caído dos palmos de nieve. 

Mi madre y mi tía me han contado que, en julio de 1947, alguien le pidió ayuda para que socorriera a un maqui herido por unos guardias civiles. Mi abuelo no dudó en ir al lugar donde se encontraba y allí lo curó lo mejor que pudo. Los maquis eran unos exiliados que, tras el fin de la II Guerra Mundial, se infiltraron en España con el objetivo de luchar contra la dictadura de Franco desde dentro del país; vivían y se movían normalmente por zonas montañosas. Se les consideraba un grupo terrorista. Esta es la razón por la que mi abuelo, tras curarlo, hizo lo que era obligatorio hacer en esa época: acudir a la Guardia Civil y denunciarlo.

A los pocos días, también por la noche, un grupo de maquis entraron en Albentosa, cogieron a mi abuelo, lo condujeron a punta de pistola a la plaza del ayuntamiento y le volaron la tapa de los sesos. Fue llevado a casa por gente del pueblo y, unas horas después, moriría delante de mi abuela, de mi madre de 18 años, de mi tía de 15 y de mis tíos de 13 y 6 años respectivamente.

Esa muerte cambió por completo la vida de mi abuela y la de sus cuatro hijos. Al día siguiente cogieron todo lo que tenían y se marcharon a Teruel para no volver jamás. Mi abuela no cobraría pensión de viudedad hasta 10 años después.

Honesta, imparcial e inclusiva

Tras el asesinato, mi abuela hizo jurar a sus dos hijas y a sus dos hijos que perdonarían a los asesinos de su padre y que nunca se vengarían de ellos. Ella sabía que, si en su corazón permanecía el resentimiento y el odio, nunca podrían tener paz interior. Siempre he pensado que tenía razón, que el perdón y el deseo de no vengarse son, sin duda, fundamentales. Creo, sin embargo, que, aparte de esto, es importantísimo que haya una Ley de la Memoria Histórica que sea honesta, imparcial y, por supuesto, inclusiva; una ley que apoye a todas las víctimas, que no se case ni con partidos políticos, ni con medios de comunicación, ni con grupos de presión, ni con izquierdas ni con derechas, que sólo esté comprometida con la verdad. 

Se debe saber en detalle, se tiene que poder pedir justicia y es necesario ayudar y resarcir a sus víctimas. Pero es igualmente verdadero y objetivo que, durante la Guerra Civil, y después (como ocurrió en el caso de mi abuelo), hubo muchos republicanos que cometieron crímenes execrables que, por justicia, deberían ser también parte de la Memoria Histórica y ser juzgados por el mismo rasero que los crímenes del franquismo. Tan infames son los tiros en la nuca franquistas, el bombardeo de Guernica o las torturas y ejecuciones en las cárceles durante la dictadura como la tortura y ejecución de adversarios políticos en las checas importadas de la Unión Soviética, la sangrienta persecución religiosa en la zona republicana durante la Guerra Civil o el asesinato de mi abuelo y otras personas a manos de los maquis.