El Periódico de Aragón

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Rafael Campos

TERCERA PÁGINA

Rafael Campos

Mónicas y ahújos católicamente estabulados

Ellos se habían pasado un poco, pero ellas no se sentían ofendidas para nada

Las niñas del Colegio Mayor Santa Mónica pagan cada mes más de mil euros, pero se lavan su ropita, hacen su camita y limpian su casita laran-laran-larita; porque las hermanas de la congregación así lo han estimado, pensando en su educación y en enfocarlas hacia un destino de futuras esposas y madres de España en el señor.

En esa educación, por cierto, no consta protesta alguna ni condena moral cuando cada principio de curso son llamadas putas, ninfómanas, conejas y, según rebuznos, invitadas, –¿invitadas?– a ser folladas; porque es que la orden agustina, según una de las colegialas, fomenta el sentido de familia con los ahújos del colegio de enfrente, y no les ofenden esas cosas. Ellas, algunas, las que quieren, se asoman y hasta les contestan, y todo resulta así como familiar, o sea, ¿no?, es como una tradición ¿saes? Y no nos sentimos ofendidas ni nada, o sea, balbucea con apuro una portavoz; y que la cosa, o sea, ¿no? pues eso, que igual, ¿no?, pues o sea, se habían pasado un poco, pero que ellas no se sentían ofendidas para nada; que era tradición y que los chicos, o sea ¿no? eran amigos, o incluso alguno hasta novio. Así; todo bien surtido de puntos suspensivos.

En el colegio de enfrente de las mónicas pacen los ahújos. Los ahújos no lavan su ropita, ni hacen su camita ni limpian su casita laran-laran-larita. A los ahújos les limpian todo unas personas que el colegio contrata para eso mismo. Los ahújos pagan también más de mil euros, pero la orden agustina estima que, pensando en su educación, y pensando en su futuro de esposos y padres en el señor, conviene que no pierdan el tiempo en esos menesteres como si fueran unas simples mónicas. Ya en su casa es costumbre que mamá, o la persona pagada por mamá, se haga cargo de estas cosas, y en el futuro, cuando llegue el momento, se casarán con alguna mónica que lo siga resolviendo.

Porque andando el tiempo, pudiera ser que un ahújo y una mónica decidieran unirse en santo matrimonio, y entonces, tachán, la educación recibida de la congregación resplandecería para regocijo de los cielos, donde los ángeles y serafines harían sonar trompetas, y en honor de la pareja se celebraría una celestial capea, con cánticos parecidos y anuncios de orgías que luego, sin embargo, serían suspendidas por el arcángel que hace guardia sobre los luceros y castigaría un ratín a los maleducados sin la hostia de la merienda, que tanto les gusta.

Entre tanto, en la tierra, una especie de edecán lastimoso comparece en calidad de subdirector del colegio ahújo: que la dirección tomará medidas y que el centro no aprueba esas conductas tan reprobables, todo entre frases entrecortadas y con la lengua de madera del subalterno que mandan a hacer el ridículo, seguramente a tan poco la hora.

El así llamado colegio mayor viene a ser –como todos– una vulgar residencia de estudiantes con el calzoncillo amarillo y sudado, donde el director no es otra cosa que un mayordomo al servicio del rebaño de prehomínidos estabulados, ordeñado reglamentariamente para alimentar la cuenta corriente de la orden agustina a su mayor gloria pecuniaria. Las mónicas también disponen, es de creer, de una ama de llaves con título, lo menos, de directora; responsable de las novias de mayor calidad de España y futuras madres de la raza. Todo pagado por los papás y mamás de mónicas y ahújos para que sus crías repitan la tradición familiar, bien rebozados en la caspa más rancia de la España eterna, mientras enseñan la patita de delante al grito de sieg heil. Por si cupiera alguna duda.

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