No te metas en política

La historia enseña que si no se produjeran estas oleadas de movilización no habría democratización

Cándido Marquesán

Cándido Marquesán

Isabel Díaz Ayuso (IDA) y toda la derecha mediática capitalina, bien regada con subvenciones del gobierno de la Comunidad de Madrid, han desacreditado la manifestación multitudinaria en la capital de España en «defensa de la sanidad pública» al calificarla de «política». Pues, claro que ha sido una manifestación política. Quien usa tal término para desacreditar un acto de protesta ciudadana demuestra que no entiende la esencia de la democracia. Me retrotrae a aquel tiempo pasado: «No te metas en política». Estos prejuicios franquistas sobre la política conducen a que una actividad se considera execrable, porque se ha politizado y no hay que politizar las cosas. Por ello, me parece pertinente hacer unas reflexiones sobre la esencia de la democracia. Corren malos tiempos, cuando hay que recordar lo obvio después de más de 40 años de democracia.

La democracia es un ideal, un proyecto colectivo permanente. Reducirla a unas elecciones es una visión muy estrecha y tramposa. Básicamente, si un país organiza elecciones más o menos libres, se dice que es democrático. No es suficiente. Lo que no significa que el ir a votar no sea importante. Una democracia auténtica es mucho más. Dejando la vida privada al margen, en democracia debemos politizar todo aquello que nos afecta como miembros de la polis. ¿No debe someterse al debate público, de todos los ciudadanos, por ejemplo, nuestras pensiones, nuestra sanidad, nuestra educación o el sistema fiscal...? Cuando se quieren eliminar del debate político, es que detrás debe haber algún interés bastardo. Somos seres tanto más libres cuanto más politizados.

Una sociedad democráticamente sana puede y debe mostrar su protesta y su indignación en una manifestación. Cuando la gente pacíficamente toma la calle, para hacerse oír, es porque quiere cambiar las políticas públicas. Y esta actuación es otra forma de democracia; la democracia de movilización que está cuestionando, sin querer suprimirla, la democracia representativa de los gobiernos, parlamentos y partidos políticos. Tal visión de la democracia la han estudiado reconocidos politólogos e historiadores, a los que no tengo ninguna duda habrá leído IDA.

De John Keane es el concepto de democracia monitorizada, que es un nuevo tipo de democracia, una variedad de «política» definida por el rápido crecimiento de numerosos monitores, mecanismos extraparlamentarios fiscalizadores del poder. Mareas ciudadanas, plataformas digitales, periódicos independientes al poner en alerta a los políticos, a los partidos y a los gobiernos elegidos, les complican su vida, cuestionan su autoridad y les fuerzan a cambiar sus agendas llegando, en alguna ocasión, a una deshonra que termina por asfixiarlos. Y de Pierre Rosanvallon es el de «contrademocracia» una forma de democracia de contrapeso, un contrapoder articulado sobre todo a partir de los movimientos sociales, que debe servir para mantener las exigencias de servicio al interés general por parte de las instituciones. El buen ciudadano no es únicamente un elector periódico. También es aquel que vigila en forma permanente, el que interpela a los poderes públicos, los critica y los analiza. Para estar viva, la democracia debe asumir la forma de poderes activos de control y resistencia.

Para Eric Hobsbawm «las marchas callejeras son votos con los pies que equivalen a los votos que depositamos en las urnas con las mano». Y es así, porque los que se manifiestan eligen una opción, protestan contra algo y proponen alternativas. La acción colectiva en la calle, como acto de multitud o de construcción de un discurso, expresa una diferencia u oposición, muestra una identidad, y cuando se mantiene en el tiempo se convierte en un movimiento social. La historia nos enseña que si en la sociedad democrática no se produjeran estas oleadas de movilización por causas justas no habría democratización, es decir, no habría la presión necesaria para hacer efectivos derechos reconocidos constitucionalmente, ni la fuerza e imaginación para crear otros nuevos. Todo esto les resulta difícil de entender a algunos políticos. Con frecuencia, las sociedades se incomodan con los movimientos y aún los consideran peligrosos. Mas, cuando triunfan reconocen sus bondades y los integran a la institucionalidad vigente. Ardua tarea, a veces se necesitan siglos para alcanzar algunos derechos: jornada laboral de 8 horas, descanso dominical, sufragio universal, igualdad entre hombre mujer, derecho al aborto...

En definitiva, con movilizaciones se han civilizado y avanzado las sociedades que hoy conocemos como modernas y democráticas. Según Boaventura de Sousa Santos; «Los momentos más creativos de la democracia rara vez ocurrieron en las sedes de los parlamentos». Ocurrieron en las calles, donde los ciudadanos indignados forzaron los cambios de régimen o la ampliación de las agendas políticas. Y ha sido esto precisamente lo que ocurrido en Madrid.

Me parece muy oportuno recurrir a Manuel Azaña: «El problema de la política es el acertar a designar los más aptos y los más dignos. Se fracasaba en los regímenes cuando el llamado a elegir era la voluntad de un príncipe, o su querida, o su barbero. La democracia es quizá y en teoría el mejor sistema para elegir a los más dignos. Aunque nunca es perfecta esta elección». Obviamente si miramos a la inquilina de la Puerta del Sol, acertó de pleno Azaña.

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