TERCERA PÁGINA

Machistas y maleducados

La vejación de la mujer nunca puede ser una tradición, ni en un colegio mayor ni en ningún otro sitio

Jesús Jiménez Sánchez

Jesús Jiménez Sánchez

La vejación de la mujer nunca puede ser una tradición. Ni en un colegio mayor ni en ningún otro sitio. Debieran saberlo ciertos estudiantes, tan machitos y tan maleducados. Y sus profesores. Y las autoridades universitarias.

Lo que sucedió en una residencia madrileña no tiene un pase. No se puede mirar para otro lado. Ni ante las gamberradas ni ante los insultos. Ni mucho menos cuando van cargados de machismo por una manada envalentonada. Lo que hace pocas fechas sucedió en un colegio universitario madrileño debe llevar a una seria y serena reflexión desde el amplio mundo de la educación. Y a tomar las medidas consecuentes.

No puede decirse que ese grupo de estudiantes represente a la juventud española. Ni los hooligans representan a todos los ingleses ni los hinchas a la inmensa mayoría de socios de un equipo de fútbol. Por supuesto. Pero son un síntoma. Seguramente una minoría. En este caso, una minoría. ¿Inconsciente? ¿Inmadura? ¿Cualificada? O mejor, calificada o clasificada. Sí, como niños pijos. Unos privilegiados estudiantes universitarios. Situación a la que no pueden acceder muchos otros jóvenes de su misma edad.

No puede decirse que las ofensas en las novatadas, como rito iniciático, «son cosas de niños». De niños no tan niños y, sin embargo, tan mal educados. Niñatos de veintitantos. No pueden ser disculpables cuando suponen la humillación del novato o novata para su entrada en la secta privilegiada de los veteranos. Ni en la mili hace años ni ahora en un colegio mayor. Hay novatadas crueles. Incluso con riesgo físico para el iniciado. Y ofensivas de la dignidad humana. Niños, ¡con eso no se juega!

No puede decirse nunca que la vejación de la mujer sea tradición. Porque humillantes (y no una nimiedad disculpable) eran las expresiones que desde sus ventanas vertieron los estudiantes de la residencia madrileña. Aunque algunas (muy pocas) vecinas del colegio de enfrente, a quienes les llamaban putas, las justificasen porque «eso mismo ya se hacía todos los años». Pues no. Lo que sorprende es su postura al aguantar esos insultos tan machistas.

Sí debe (debería) decirse que el respeto a los demás está por encima de todo. Dentro de los internados. Que también son centros educativos. Aunque los y las residentes sean mayores de edad. Y fuera. Al salir a clase para estudiar o a divertirse con la pandilla. La convivencia se basa en el respeto entre las personas. Habría que ver cómo se comportan con su pareja quienes son capaces de vociferar insultos soeces hacia las mujeres desde un cierto anonimato asomados a la ventana. El machismo no es un abrigo de quita y pon.

Sí debe (debería) decirse que las autoridades no pueden lavarse cínicamente las manos. Ni ante un hecho concreto salido de madre, como el sucedido en ese colegio mayor, ni ante las «tradicionales» novatadas estudiantiles. Que están prohibidas en los reglamentos de régimen interior. Ni vale cruzarse de brazos. Hay que tomar medidas disciplinarias. No sólo contra el cabecilla y sus secuaces. También contra los que los jalean. Y acciones preventivas. Para que vayan calando en la comunidad de jóvenes que reside temporalmente en un internado universitario.

Sí debe (debería) decirse que ha resultado extraño el silencio atronador de los padres y madres. De las estudiantes insultadas y de los vecinos insultadores.

Sí debe (debería) decirse que ya va siendo hora de acabar con la segregación por sexos en el ámbito educativo. En los colegios no universitarios y en los universitarios. Porque a estas alturas no puede comprenderse bien la pervivencia de residencias estudiantiles masculinas y femeninas, que viene de un reglamento (Decreto 2780/1973) de tiempos preconstitucionales. Con la próxima Ley de Ordenación del Sistema Universitario (LOSU) se presenta una magnífica oportunidad para corregir esa separación por sexos. Al menos, en los colegios mayores dependientes o adscritos a universidades públicas.

Sí debe (debería) decirse que la educación afectiva y sexual debería ampliarse y mejorarse en los niveles básicos de enseñanza. La transversal educación en valores no puede reducirse a un tema curricular ni quedar circunscrita a las aulas de primaria y secundaria. Es formación permanente a lo largo de la vida. Y abarca también a los niveles superiores.

Sí debe (debería) decirse que la excelencia de una universidad no puede medirse solamente por el nivel de su docencia e investigación. La calidad incluye, además, la formación en un sentido amplio. De buenos profesionales y de personas responsables. Para ahora mismo y para el futuro. Muchos de quienes hoy en día ocupan los pupitres universitarios serán quienes asumirán puestos de responsabilidad en unos años. Hombres y mujeres. Seguramente, más ellas que ellos. Ya hay muchas más mujeres que hombres en la universidad. Y, por cierto, ellas obtienen mejores calificaciones.

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