TERCERA PÁGINA

Sobre todo, no hagas daño

Vicente Calatayud

Vicente Calatayud

Qué buen eslogan fue aquel que decía «España es diferente». Percepción que se mantiene imperturbable como el toro de Osborne. Otro tanto debería suceder con la máxima médica «Sobre todo, no hagas daño». A nadie. Se puede aplicar a cualquier actividad y, desde luego, en las democracias y en sus instituciones, ya sean jurídicas, de salud, políticas, económicas, docentes, etc. En el ejercicio de la medicina casi siempre se ha mantenido una forma de actuar que pretende describir el pasado, conocer el presente y predecir el futuro, apoyándose en tres aspectos: ayudar y consolar con la historia clínica y no hacer daño con el tratamiento. Estos principios deberían caracterizar el ejercicio de cualquier actividad, profesión, relación humana o forma de gobierno, como garantía de la convivencia.

Pero, según los datos que se recogen a ambos lados del soma democrático, parece que esto no es así. A pesar de los grandes avances tecnológicos, del metaverso, de la realidad virtual, de la robótica, de las grandes promesas (incumplidas), el conjunto de personajes que nos gobiernan, no saben o no están capacitados para ayudar, consolar y no hacer daño a las estructuras docentes, judiciales, académicas, económicas y políticas que tienen encomendadas por requerimiento de los ciudadanos. Sucede que, si en tiempo pasado, cuando obedecías y hacías lo que se te ordenaba, los síntomas enmudecían, aunque no se curaban, ahora, lo preciso es controlar la claque parlamentaria.

Hace cuarenta y cinco años, nuestra generación comenzó a saborear la democracia, a asimilarla a base de un bicarbonato (escolar primero y universitario después) que permitió una digestión con pábulo alternante por ambos lados, sin atragantamientos ni úlceras socioculturales, aunque sí abundaron los empachos de la ahora penalmente atenuada malversación. Se consiguió un tránsito sin vómitos ni excesivas flatulencias ideológicas. Sí hubo disfagias político-económico-malversativas (hoy venializadas), pero no hubo patologías graves hasta que llegó el creador del tsunami eólico: «La Tierra no pertenece a nadie, salvo al viento».

El respeto había logrado, en los primeros años de cosecha democrática, un barbecho liberal fértil y potente, muy nutritivo y sostenido con éxito por el estreno de un excelente sistema de gobierno, aceptado y entendido por todos durante varias décadas. Se superaron, incluso, ciertas crisis de diagnóstico y tratamiento, sin hacer daño.

Todo proceso, incluido el democrático, puede contaminarse de gérmenes patógenos, que simulan ser democráticos, contaminando el procedimiento mediante percepciones vanidosas del hospedador o receptor, que admite al huésped, abrazándolo con flagelos obsesivos. Otro hecho frecuente es la imprudencia patológica o el defecto congénito del receptor, quien interpreta que su sistema inmunológico es suficientemente fuerte y no puede fracasar. Es muy difícil entender que un sistema consolidado y con buena salud convivencial se vea perturbado intencionadamente por parásitos contaminantes, cultivados en la ignorancia y en el ánimo vengativo del desquite. Son poco o nada aptos para asimilar la Transición y el espíritu de las democracias estables de nuestro entorno. Desprecian el «sobre todo, no hagas daño».

El mundo está preocupado por el tratamiento del cáncer. Igual ocurre en política, con variadas formas de presentación, síntomas, evolución y epicrisis, que requieren la adecuada terapia. Pero siempre sin hacer daño. Hay a veces remedios taxativos: pero el tratamiento quirúrgico es un traumatismo que debe ser siempre la última opción. Hay terapias modernas que pueden emplearse con rectitud de juicio y lealtad al paciente.

Sin olvidar jamás el precepto: Primum non nocere. Lo primero es no dañar. Hoy este prudente lema debería campear en los despachos de gobierno.

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