Sala de máquinas

Generación engañada

Juan Bolea

Juan Bolea

Los nuevos filósofos ya no se dedican a construir grandes sistemas de pensamiento, ya no caminan por la senda de Kant. Tras los últimos edificios conceptuales construidos en el siglo XIX por Hegel, Schopenhauer o Marx, llegó la demolición de Nietzsche. En adelante –con honrosas excepciones, como Russell, Bergson, Heidegger o Sartre–la mayoría de los filósofos se dedicarían a relativizar los grandes temas de antaño en el moderno marco de la sociología, la fenomenología del poder derivada de su práctica en las democracias occidentales o aquellos ejes temáticos de ámbito universal más o menos desdeñados hasta el momento por la filosofía pura (la imaginación, el hábitat natural, la tortura y el dolor…). Daniel Innenarity, en España; Safransky en Alemania, o Kaplan en Estados Unidos representaron de alguna manera ese nuevo estilo de filosofar que ya no miraría más a Cioran ni a Ortega sino mucho a Popper o a Bauman.

En esa línea, pero más aún a ras de tierra, el ensayo de Violeta Serrano titulado Flores en la basura (Ariel) analiza las causas por las que la última «generación perdida», la de los millennials, ha venido sufriendo tantas decepciones como frustraciones, situándose en la actualidad (con sus integrantes en torno a los treinta y tantos años) en un terreno de nadie, con demasiadas cuentas pendientes sin saber a quién cobrarlas, aun sabiendo, eso sí, a quiénes culpar de su falta de protagonismo, influencia, felicidad o poder. «La generación millennial es la generación engañada, entre dos planetas, la generación perdida que no encuentra en qué zapato meter unos pies demasiado grandes para una horma tan estrecha», escribe Violeta Serrano.

Gráficamente continúa analizando así la autora a su generación: «Ni auto ni casa ni felicidad en los huesos. La imagen estaba ahí, pero nosotros éramos incapaces de hacerla nuestra. Las flores se marchitaban y perdían el perfume. Nos mirábamos extrañados y no entendíamos dónde estaba el secreto, qué habíamos hecho mal para merecer aquello». Sin embargo, «fuimos la primera generación en España que pudo elegir entre estudiar o trabajar, entre casarse o mejor no hacerlo, entre votar o quedarse en casa sin perder por ello los privilegios de una democracia conquistada con sangre de otros que apenas eran ya un recuerdo».

En una palabra, el aroma de la juventud sofocado por la imprevisión, la incompetencia y la crisis (Su manual, Flores en la basura).

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