EL ARTÍCULO DEL DÍA

Un frente popular

El centroderecha francés quiere reducir la protección social bajo presupuestos ideológicos

Jorge Cajal

Jorge Cajal

Desde finales de la semana pasada, Francia está viviendo una más de sus luchas por impedir que sus presidentes lleven a cabo reformas económicas de gran calado, en este caso sobre las pensiones. Ha pasado lo mismo con el mercado de trabajo en tiempos de Hollande (con Macron como Ministro de Economía) o con el empleo juvenil en tiempos de Sarkozy, por citar algunos ejemplos recientes. Es posible llegar a la conclusión de que el pueblo francés es incorregible, pero quizás convendría observar el sentido de dichas reformas: todas tienen un marcado signo neoliberal y proponen a los franceses vivir en peores condiciones económicas y laborales.

La reforma de las pensiones es más suave que la española, ya que eleva la edad de jubilación a 64 años, con 43 cotizados, para cobrar íntegramente la pensión. Quienes defienden la reforma dicen querer hacer viable y mantener en el tiempo un sistema insostenible, mientras que los manifestantes argumentan que Francia es un país capaz de recaudar más por arriba y que no se tienen en cuenta variables como la esperanza de vida con buena salud. En todo caso, parece claro que el centro derecha francés quiere reducir la protección social en lugar de ampliarla, bajo presupuestos ideológicos y económicos que han cambiado con respecto a épocas anteriores.

El sistema de pensiones se puso en marcha de forma general después de la Segunda Guerra Mundial, aunque hubo jubilaciones parciales para determinados colectivos e intentos de generalizarlas durante el periodo del Frente Popular. Como en el caso español, las coaliciones de partidos para luchar contra el fascismo anticiparon medidas de construcción del Estado del bienestar que se pondrían en marcha posteriormente.

Cuando el 9 de enero de 1936 comunistas, socialistas y republicanos radicales (centristas) presentaron un programa común para hacer frente a la crisis económica y a la amenaza fascista, habían tenido que superar fuertes contradicciones, como que el Partido radical venía de apoyar gobiernos claramente derechistas, como el de Laval, o que socialistas y comunistas estaban enfrentados desde la escisión del Congreso de Tours. Pero finalmente acordaron un aumento de salarios y una reducción de la jornada laboral, la firma de convenios colectivos, garantizar precios agrícolas justos para los campesinos y beneficios suficientes para los comerciantes, así como la puesta en marcha de grandes obras públicas y el aumento del peso del Estado mediante una política de nacionalizaciones, incluidos también los ferrocarriles.

La victoria electoral fue seguida de una oleada de huelgas sin precedentes, con ocupación de fábricas, y de la formación del gobierno con Léon Blum a la cabeza, primer presidente socialista de la historia de Francia y que incluía además tres mujeres como subsecretarias de Estado. La concreción del programa aprobado del 9 de enero ha pasado a la historia por su amplitud, pero también por su rapidez: quince días de vacaciones pagadas, que llenaron las playas de obreros en bicicleta para escándalo de la burguesía, jornada laboral de 40 horas semanales sin reducción de salarios, convenios colectivos, escolarización obligatoria hasta los 14 años, fundación del CNRS o creación de un Ministerio de Deporte y Entretenimiento.

Este New Deal a la francesa, que pretendía utilizar al Estado para mejorar las condiciones de vida de la mayoría, aumentar de este modo la recaudación y hacer frente así a la deuda pública, se estrelló contra los problemas financieros de una Europa al borde de la guerra, pero también contra una clase política fiel a los intereses de la burguesía (el propio Blum diferenciaba entre el ejercicio del poder y la conquista del mismo, ya que socialistas y comunistas no alcanzaban la mayoría absoluta) y contra la propaganda y la demagogia anticomunista que desplegó la extrema derecha: sobre el ministro Salengro desplegaron una campaña para acusarlo falsamente de desertor en la Primera Guerra Mundial que le condujo al suicidio. Cuando a mediados del año 1938 el gobierno ya únicamente estaba compuesto por centristas se frenaron aquellas reformas, aumentó la jornada laboral y empezó a construirse el argumento sobre la responsabilidad del Frente Popular en no haber preparado al país para la guerra.

Pero la mayor parte de ellas fueron retomadas tras la liberación y construyeron el Estado del bienestar en Francia, incluido el sistema de pensiones. La historia del Frente Popular, o de los treinta gloriosos, debería recordarnos que no hace mucho el término reforma se empleaba para designar actuaciones políticas destinadas a mejorar la vida de las personas.

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