Desde Tolva

El zoo de Fitur

Sergio Ruiz Antorán

Sergio Ruiz Antorán

Hace tiempo que no iba a un zoo. Especies de distinto pelaje que distinguir en medio de un paseo. Eso es Fitur. Los cinco continentes apelotonados en unos hangares a las afueras de la ciudad de la libertad. Este año me desvirgué.

Confieso, porque esta columna cada vez se parece más a un confesionario, y eso que sé que ni al cura más salva almas, solo a mi santa madre, le interesa una miaja lo que cuento. Digo que confieso que me pasé media feria promocionando Tolba. Las cocas de Kiko y Óscar, la brasa trufada del Cremalls, los senderos que ha despejado Marak para la bici y el congost familiar, fresquete y tranquilo. Metida la cuña, vámonos de feria.

Digo que en Fitur uno ve a todo tipo de sapos y jirafas. A Gonzalo Miró de miranda. A Vaquerizo ordeñando su liberalismo cuqui con Feijóo y su colegui Isa. A un enjambre zumbando alrededor de Sánchez, tan guapo. A la Princesa de Évoli con su parche. A Cesárea Évora rediviva en cuatro bellezas. A la legión, se lo juro. A los templarios de Monzón. A un amigo que no ves desde hace veinte años. A unos de San Fermín, riau riau. A Óscar el Gruñón en la basura. A media Andalucía. A Aliaga. A una iraní sin hiyab. A Fernando Arcega. A no sé cuántos influencers para otros. A Perico. A Azcón de promoción. A una marabunta detrás del regalo fácil. A unos joteros para ser originales. A uno de Teruel cortando jamón transparente. Y al de Tolba.

Confieso de nuevo, que, con todo, lo más raro lo vi en el chiringuito de Asturias, uno de esos que apetecía visitar por chulo. Y no miro a otros que se quedaron justitos en llamar la atención, que es de lo que va esto. Entre los folletos astures había varios con la imagen de un oso. Libre, fuera del zoo. Se promocionaba eso, al oso pardo como fuente de atracción turística. Sin necesidad de poner una foto de un cordero destripado. Que si hay miradores desde donde avistarlos, empresas especializadas en guiar hacia su observación, que no son peluches, que hay que tener precauciones, que qué hay que hacer si te encuentras con uno. La Cuenca del Narcea ha encontrado en este plantígrado una fuente de llegada de turistas, algo inimaginable en Aragón.

En nuestro estand sí había un huequito para la observación de aves y quizá algún folleto suelto, pero se echaba de menos, como en casi todos los lugares, esa explotación del ecoturismo, de la versión sostenible de esta industria. Quizá no mayoritaria, sí más consciente de los retos que afronta el planeta y todos, una deriva hacia la que habría que apostar con mayor fuerza. Aunque sea mazo molón tomarse un vinito de Madrid en medio del apocalipsis.

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