Los jóvenes merecen un futuro mejor

El Periódico de Aragón

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España acusa la acumulación de los estragos provocados por la crisis de 2008, la pandemia de covid y la guerra de Ucrania, que han conducido al agravamiento de la brecha intergeneracional, es decir, de las diferencias entre las generaciones mayores y las más jóvenes, en detrimento de las últimas. Los proyectos y los sueños de los jóvenes españoles se ven lastrados por el paro o por empleos mal pagados e inestables, y también, entre otros elementos, por los altos precios de la vivienda, que en muchas ciudades han alcanzado niveles disparatados. Así mismo, los jóvenes han asistido a la precarización de los servicios públicos, especialmente de la sanidad y la educación, mientras crecen los interrogantes sobre si, cuando alcancen la edad de jubilación, el sistema de pensiones seguirá funcionando o se habrá convertido en un vestigio de lo que es.

Los problemas que nos acucian, muchos de los cuales son comunes a otras sociedades avanzadas, alimentan la percepción de que por primera vez en la historia las generaciones jóvenes tendrán una vida peor que sus predecesoras, algo que genera pesimismo y desesperanza.

Los expertos subrayan tres grandes grupos de actuaciones para tratar de que las diferencias entre mayores y jóvenes dejen de agravarse y las disfunciones puedan ser revertidas. Son los siguientes: el mercado laboral, la oferta educativa y la reforma de las pensiones. No son reformas fáciles de llevar a cabo. En el caso del mercado laboral, su desarrollo se encuentra muy vinculado a la estructura económica del país, esto es, a cuáles son en cada momento los sectores más importantes, los que tiran con mayor fuerza de una economía, y que deberían ser sectores con el mayor valor añadido posible, superando el modelo de sol, playa y empleos poco especializados. La precariedad se manifiesta de una forma particularmente dolorosa, como apuntábamos, en las enormes dificultades que encuentran los jóvenes para conseguir una vivienda, alquiler o de compra. Los ayuntamientos, especialmente de las grandes ciudades, tienen un reto inmenso.

La oferta educativa, a su vez, debería estar alineada con las actividades económicas que pueden absorberla. En cuanto a las pensiones, y dada la estructura de nuestra pirámide de población, habrá que afrontar nuevos cambios que garanticen al mismo tiempo su poder adquisitivo y su sostenibilidad.

Las reformas, las referidas más arriba y otras, requieren tiempo. Pese a que hay que abordarlas inmediatamente, en todo caso darán resultados a medio y largo plazo. Por consiguiente, se requiere una firme voluntad política y que los ciudadanos séniors asuman determinados sacrificios en favor de las generaciones jóvenes. Esto resulta también válido para las medidas contra la emergencia climática, destinadas a legar a las nuevas generaciones un planeta lo más habitable posible.

Se trata, en definitiva, de ejercer la solidaridad intergeneracional, tanto por parte de los políticos como de los ciudadanos que se hallan en una posición social más o menos confortable. De pensar no solo en nosotros mismos, sino también en nuestros jóvenes y en las generaciones futuras. Como señala uno de los expertos consultados por este diario, José Ignacio Conde-Ruiz, «los que ya tenemos una edad nos deberíamos preocupar a la hora de votar no solo por lo nuestro, sino también lo de ellos».

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