Sala de máquinas

El sueño del monstruo

Juan Bolea

Juan Bolea

A lo largo de estos últimos años, las secciones de sucesos han ido ganando espacio en todos los soportes periodísticos. No tanto, quizá, porque hayan aumentado los delitos como debido a una mayor concienciación de la sociedad hacia aquellas agresiones o ataques de carácter grave que, por el incomprensible mecanismo de su acción y la dificultad de prevenirlas y evitarlas agregan a la violencia de su comisión el enigma de su inspiración o causa.

Lo tantas veces incomprensible e impredecible de los comportamientos criminales dificulta la acción policial. Casos como el del reciente asesino de Algeciras, por ejemplo... Cuando una súbita y obsesiva radicalización de un latente sectarismo religioso se suma a algún trastorno de tipo mental, el infierno (el asesinato de un humilde sacristán) puede desencadenarse en cualquier momento.

Pero no solo la violencia yihadista reposa como el sueño de un monstruo bajo la superficie de esta sociedad tan hipersensible como individualista, en la que los miedos personales son más frecuentes y profundos que los temores colectivos.

La pederastia, tristemente, se extiende cada vez más, causando en muchos casos verdadera alarma social. La sola idea de que niños y niñas inocentes puedan ser objeto de abusos sexuales, vejaciones o violaciones causa una sensación de impotencia y angustia parecida a la que nos provoca el maltrato de género o las agresiones dentro y fuera de los locales de ocio, más esas decenas de asesinatos que cada año se encadenan en tantos pueblos y ciudades españolas... A semejantes y horrendas categorías de violencia con víctimas privadas y proyección pública hay que sumar las prácticas de innumerables delincuentes de muy distinta clase (acosadores, chantajistas, estafadores, ladrones...), con presencia en todos los niveles de nuestra sociedad, desde el propio seno de las familias a tantas corporaciones, empresas, administraciones... La deficiente educación y la pérdida de valores morales son elementos que podrían explicar el progresivo deterioro de la convivencia en nuestro país, con el progresivo incremento de la violencia física y psíquica.

¿Solución? Tiene que haberla. Seguramente está ahí, delante de nosotros, solo que no la aplicamos. ¿Podría consistir en reforzar la educación, aumentar la vigilancia y castigar la infracción? Haciéndolo en serio, me refiero...

Suscríbete para seguir leyendo