TERCERA PÁGINA

Entender el sentido de la vida

La clave de la felicidad es disfrutar de los pequeños momentos del día a día

Conforme pasan los años me doy cuenta que cuanto más te formas, lees, estudias, vives, sientes, experimentas, viajas, etc., te vuelves más sensible, y amplías el abanico de protección de derechos en general.

Llegar a entender el sentido de la vida es complicado, pero realmente pienso que, si pasas por la vida haciendo el bien, intentando no hacer daño, algún día tiene recompensa.

Mi vocación, que es mi trabajo de abogado, es una vocación de servicio. A pesar de que mi especialidad es la penal, que es muy dura, entiendo mi forma trabajo para ayudar.

En mi día a día veo las caras opuestas del ser humano. Desde la persona más buena que roza la santidad, hasta la peor persona que puedas imaginarte. Incluso con esa mala persona que te has encontrado, hay que ser prudente, porque nunca sabes qué batallas está luchando.

Hay una frase que se atribuye a Buda que dice que el dolor es inevitable y que el sufrimiento es opcional. Por ello creo que la clave de la felicidad, a pesar de todas las cosas malas que nos pasan y que pasan a nuestro alrededor, es disfrutar de los pequeños momentos del día a día.

Ir con mi familia a Candeque, un restaurante de Tauste, mi pueblo, donde se come y te tratan como si fueras su familia, disfrutar hablando con el dueño que, con más de ochenta años, está el y su mujer al pie del cañón dando de comer a cientos de personas, eso no tiene precio. Pero ya no es el trabajo, es hacer con pasión tu trabajo que se convierte en tu forma de vida. Poder preguntarle qué me recomiendan para comer y que su mujer, que me recuerda a mi abuela, me diga que las croquetas las hace ella desde siempre, y que me guarda un trozo de tiramisú que se ha terminado, esos detalles no pueden medirse de ninguna manera.

Cuando recibo un mensaje de cariño de mi antiguo profesor de Derecho Romano, D. Juan Freixas Pujadas, que, a pesar de estar jubilado, tengo el honor de seguir siendo amigo suyo. Un profesor que pasó por la facultad enseñando y haciendo el bien, y que decenas de generaciones de juristas recordamos sus clases con cariño.

Ir a un centro comercial y encontrarte a un cliente que lo han operado de un tumor cerebral, y que a pesar de las grandes dificultades que está pasando, sale adelante y te dice que gracias por tu ayuda, cuando en realidad las gracias se las tendría que dar yo a él por dejarme ayudarle.

O cuando mis hijos pequeños que juegan al fútbol van perdiendo por goleada, y veo como animan al equipo y les dicen: «no pasa nada, el próximo partido ganaremos, además son más mayores y llevan más tiempo jugando que nosotros».

O cuando mi hijo pequeño Mateo se levanta de madrugada porque tiene un mal sueño y me dice: estas aquí, te quiero papá.

A mis cuarenta y un años, entiendo que el sentido de la vida es valorarla en toda su extensión, que unas veces se gana y otras se aprende, entender que los pequeños momentos son los realmente importantes. Entender que la felicidad no está en comprar cosas, en atesorar riquezas, sino en disfrutar haciendo lo que haces, ayudar a todo el que puedas desde tu posición, sea la que sea, e intentar pasar por la vida haciendo el bien para dejar huella en los que te rodean.

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