Micropolítica de la privatización

Si un servicio se rige por la lógica de la política, es muy difícil controlar sus costos

Cándido Marquesán

Cándido Marquesán

Acabo de leer el libro de Grégoire Chamayou La sociedad ingobernable, en el que me basaré en las líneas siguientes. A fines de la década de 1970, ya se habían establecido las grandes líneas del programa neoliberal. Las clases dirigentes del mundo libre se convertían al nuevo dogma repudiando la ortodoxia keynesiana anterior. Todo iba bien. Pero, se vislumbraba algún nubarrón. Dada la radicalidad de la ruptura a realizar y sus implicaciones sociales, su implantación iba a toparse con fuertes oposiciones. Un gobierno presto a poner el programa sufriría una fuerte contestación. Había que prepararse intelectualmente y políticamente para la batalla, y encontrar la cohesión y el nervio político para lograr la victoria frente a la izquierda política y sindical.

Por ello, desde las altas esferas se elaboraron reflexiones estratégicas. Unos hablaban de la necesidad de un Gobierno sacrificial que hiciera el trabajo, renunciando a ser reelegido: Otros de un Gobierno que no tuviera que ser elegido. Gobierno kamikaze o Gobierno autócrata. En esta encrucijada, otros imaginaron una tercera vía, representada por la micropolítica. Según Madsen Pirie, es un método original que permite a los Gobiernos iniciar tales programas de reformas sin tener que pagar el precio político anunciado. La «micropolítica neoliberal» es el arte de generar circunstancias, en las que los individuos se sientan empujados a preferir y apoyar la alternativa de la oferta privada y tomen individual y voluntariamente decisiones, cuyo efecto final será hacer advenir el estado de cosas deseado. Este enfoque, como una tecnología política, se oponía a otra estrategia, la de la «batalla de las ideas» a la que se habían lanzado los intelectuales de la derecha. Para Pirie este era un camino equivocado. Si uno quiere ganar hay que invertir la relación.

Lo importante es la acción, que precede a la teoría. La tarea principal ya no es convencer a las personas, sino encontrar los medios técnicos de modificar las elecciones que hacen las personas alterando las circunstancias.

¿Cómo es posible, se preguntan algunos a fines de los 70, que Gobiernos conservadores con un gran respaldo electoral y decididos a reformar, no consigan hacerlo, por lo menos no en la medida que habían anunciado? Ni por mala voluntad ni por pusilanimidad, sino porque chocan contra la reacción de la sobrecarga de demanda, inscrita en el Estado de bienestar. Tratando con torpeza cómo recortar con una podadora los gastos públicos, provocan inevitablemente la respuesta de los grupos afectados. Su error es querer reducir la oferta gubernamental suprimiendo prestaciones, de las que dependen sus beneficiarios sin preocuparse por reducir antes la demanda social, que el Estado de bienestar ha acumulado. La solución a este problema iba a ser la privatización. De manera muy expresiva, la portada del libro de Pirie de 1985 en los Estados Unidos, Desmantelar el Estado, teoría y práctica de la privatización, estaba ilustrada con una mano gigante sosteniendo una pata de cabra a punto de levantar la cúpula del Congreso en Washington. La privatización como «desvío de las funciones gubernamentales al sector privado», es una estrategia para recortar el presupuesto, que tiene la ventaja de no hacer desaparecer el servicio de una vez, sino de transferirlo a otros prestatarios. Así, los usuarios no reaccionarían con tanta fuerza.

La privatización es un ingenioso procedimiento de corte presupuestario, pero, según los neoliberales, sus potencialidades son mucho mayores. Al sacar los servicios del mundo político para ubicarlos en el mundo económico, no solo se cambia de régimen de propiedad, también de modo de gobierno. Si un servicio se rige por la lógica de la política, es muy difícil controlar sus costos y limitar su expansión, pero si se desplaza al sector privado, quedará sometido a la disciplina del mercado. Lo que a los Gobiernos les cuesta hacer voluntariamente, la disciplina de la competencia lo impondrá per se.

La privatización prometía resolver el problema de la sobrecarga de la demanda. Convirtiendo así las reivindicaciones políticas en demanda mercantil, se pensaba librar al Estado no solo de la carga presupuestaria, sino también de la carga política de la presión ciudadana. La privatización es una replanificación fundamental de las reivindicaciones de la sociedad. Mientras que el usuario insatisfecho reclamaba al Estado, el cliente insatisfecho se limita a cambiar de proveedor. Al privatizar la oferta, se busca despolitizar la demanda.

A inicios de los 80 algunos neoliberales alentaban a los gobiernos conservadores a poner fin a los servicios del Estado aunque fuera a la fuerza. Obrar así, criticaba Pirie, suponía una gran protesta. Desnacionalizar en bloque es posible en ciertos sectores, pero es algo muy visible y por ello políticamente peligroso. Hay que ir poco a poco. El objetivo el mismo, aunque la diferencia es la duración. Una regla: «terminar con los monopolios públicos para que prospere la competencia». En este caso, sigue la oferta pública y se desarrolla a la vez una alternativa en el sector privado, y así las personas pueden elegir. Esta micropolítica de la privatización es menos espectacular, pero no menos temible. Es la política de la carcoma: no hay que cortar las vigas a hachazos, cuando mil pequeñas bocas roen inexorablemente el edificio.

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