Sala de máquinas

Cine didáctico

Juan Bolea

Juan Bolea

El cine francés lleva años obedeciendo a una serie de directrices evidentemente políticas. Derivadas, sospecho, en clave de contraprestación a las ayudas ministeriales o subvenciones oficiales recibidas por sus productores y directores, de esas políticas de integración racial diseñadas por el Elíseo y puestas en marcha por gobiernos de distinto signo.

No sólo en Francia, en las barriadas de París, Marsella, Burdeos, Toulouse y tantas otras grandes ciudades galas se puede cortar con cuchillo la tensión étnica, el constante brote de racismo con lacras de desintegración social que complican y a menudo aniquilan la convivencia, convirtiendo la educación, la ley, cualquier recurso asociativo o método de reinserción en un fracaso o utopía.

También en la moderna Gran Bretaña y en el modernísimo Londres resulta más que visible esa carencia integradora que separa distritos y barrios enteros, incluso los más céntricos, en zonas tribales o guetos. Menos violentos, más tranquilos que en París, cierto, pero igualmente divididos sus habitantes por un muro de intransigencia, por distintas culturas, diferentes religiones y lenguas…

En parecida línea a ese cine francés didácticamente concebido para integrar a las nuevas e interraciales generaciones, algunas películas inglesas han comenzado a trillar asimismo —ignoro si también con ayudas oficiales, como en Francia—, los solidarios caminos de la integración. Una de las últimas muestras de este cine interracial, que ha encontrado en la comedia el vehículo apropiado, es ¿Qué tendrá que ver el amor? Película dirigida por Shekar Kapur e interpretada por Lily James, Shazad Latif, Emma Thompson y Shabana Azmi, entre otros actores paquistaníes e ingleses.

Su argumento abunda en la paradójica situación de que vecinos de una misma calle, dos familias que viven jardín con jardín, pared con pared, estén al mismo tiempo aislados por muros mucho más espesos, los que en sus mentes siguen levantando viejos tabúes y ancestrales ideas, no siempre ni necesariamente adaptables a esa moderna convivencia multicultural, por multiétnica, a la que aspiran el Londres del primer ministro Rishi Sunak o del alcalde londinense, Sadiq Khan. Buenos propósitos… Mejores, incluso, que la propia película.

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