Resurrección

Olga Bernad

Olga Bernad

Qué lunes magnífico. Todo está por delante. Esa primavera y ese verano con elecciones y campañas, ese empezar a soñar con el mar, ese aroma lejano a vacaciones. Sí, también las moscas y mosquitos, los calores destartalados y el olor a asfalto recalentado en esta ciudad de secano. Pero no seamos cenizos. Quedan muchas horas de luz. Me gusta este punto del año como ningún otro, la esperanza de la primavera es una realidad, no la promesa del frío febrero y sus yemas tímidamente reventonas, no la débil flor del almendro de principios de marzo. No.

Ya estamos en la ola de glicinias y jacarandás y azahares pero aún no nos alcanza el rigor de su extremismo. Siempre me pareció cuestión de mala suerte que la Iglesia, tan eficaz e inteligente, tuviera que relacionar el nacimiento de Dios con el invierno y recordar su muerte en primavera. Ahora que ya voy teniendo historia, lo encuentro un acierto sideral. Lo importante es resucitar, algo mucho más definitivo que nacer. Conectar con lo religioso y lo laico ese estremecimiento telúrico que es la primavera, tan generosa y cruel, que nos indica que el mundo sigue estando intacto y que, parafraseando a Peret, no estaba muerto (aunque tampoco estaba exactamente de parranda).

A través de una historia maravillosa, se viva desde el prisma religioso, el ético, el cultural o desde el simple interés por las cosas, a través de una historia llena de pasión, política, amistad, traición, alegría, tristeza y muerte, nos instalamos en la primera luna llena tras el equinoccio de marzo, y el primer domingo tras ella toca resucitar. Y, si nosotros no lo hacemos, el mundo lo hará igualmente porque no tenemos ninguna importancia. La primavera es la esperanza cíclica y sin fin y un zasca monumental a nuestro egocentrismo. A ver qué hacemos esta vez con ella.

Suscríbete para seguir leyendo