El artículo del día

El cerdo cuántico y los bancos golfos

El Deutsche Bank anduvo hace poco al borde del abismo y ya está otra vez como si nada

Rafael Campos

Rafael Campos

Hay un misterio sobre el banco Deutsche Bank, que anduvo hace poco más de dos semana al borde del abismo y está otra vez como si nada, tan campante de cotización, siendo, como decía un reputado articulista de El País, uno de los bancos más «golfos», golfo le llamaba casi exquisitamente para el tamaño de sus desmanes, que él mismo enumeraba. Golfo porque escondía una gestión contraria a los controles de seguridad recomendadas por la UE después de la crisis bancaria de 2008, en la que los estados tuvieron que acopiar recursos económicos del contribuyente para tapar las deudas de los bancos; y golfo también porque anoten lo del banco alemán: pérdida de rentabilidad en los últimos años, multas por manipulación de índices hipotecarios, sanciones por blanqueo de capitales, sobornos en el mercado de divisas y relaciones comerciales con el pederasta Jeffrey Epstein. Todo un ejemplo de seriedad y rigor en el corazón de la Alemania que nos predicaba las austeridades a los PIGS del sur.

En España creo que la cuenta total anduvo por los 60.000 millones; se dijo que se restituirían cuando los bancos se recuperaran, pero quince años después, con los bancos ya recuperados, los 60.000 millones ahí siguen, o sea, en el bolsillo de los bancos patrios. Pero nuestros banqueros los mejor pagados de Europa, dice la copla que bailamos encantados.

Y la asociación nacional de los listos oficiales del liberalismo patrio sin caer en la cuenta del detalle, oyes; dedicados a convencernos de que las pensiones serán insostenibles con el plan de este gobierno, y que si la solidaridad intergeneracional exige tal y cual; todos sagaces economistas repentinos, excretando opiniones o citando al experto más cercano al ascua que más calienta la sardina de la que cobran; liberal, por supuesto. Pero sin acordarse nada de aquellos 60.000 milloncejos.

Otro misterio rodea a otro banco de otro país igual de formal y riguroso y serio con los dineros Credit Suisse; Suiza, nada menos. Ese casino internacional al que llamamos país o nación porque de alguna manera hay que llamarlo; donde moran trillones de dineros sin necesidad de ejército ni policía que los vigile, porque todos los criminales internacionales han pactado que eso no se toca, que ahí se guarda lo suyo; y por eso ahí no entra nadie nacionalizado, a no ser la nómina de camareros, cocineros, basureros o algún maestro por si algún hijo tonto se queda a estudiar en la finca de Heidi; y médicos, muchos médicos y mucha clínica de momias para tratar de estirar la juerga un poco más. En fin, aceptan con carta de ciudadanía a los siervos de la gleba foráneos que les tengan listo el desayuno, limpio y planchado el indumento y les limpien la mierda que van dejando cada día.

Y las señoras, por cierto, sin voto hasta 1.971.

Sólo los americanos, allá por 2008, fueron capaces de moverles un poco la finca. Tenían cuentas opacas de dineros sustraídos al fisco por notables de los USA y reclamaron nombres al gobierno suizo; un hombrecillo que hacía de ministro de Finanzas o algo así les dijo que regía el secreto bancario; los yanquis respondieron que las licencias de sus bancos en Wall Street se acababan mañana mismo, así que el hombrecillo suizo dijo medio llorando que bueno, que vale, pero que sin el secreto bancario adónde iba a parar la libertad humana de Suiza para proteger el dinero de las élites delincuentes del mundo; pero cantó la gallina, claro.

Luego nuestra pusilánime Unión Europea, después de 815 reuniones con los más de mil lobis registrados, dijo a Suiza que si podía por favor saber también qué había de lo suyo, y por ejemplo Emilio Botín, un señor de Santander, se acordó de repente de que tenía dos mil millones ahí puestos sin fiscalizar en España; coño qué memoria la mía, ¡jolines! Pero nada, el gobierno español le amnistió de la cárcel a cambio de 200 millones y pelillos a la mar con el delito penal. Hay mucha amnistía en esta clase de delitos, al parecer.

Las élites de los europeos del norte inventaron PIG (cerdo) para los países mediterráneos, donde cunde efectivamente el cerdo moreno, pequeño y de poca veta grasa. Nada que ver con el cerdo blanco centroeuropeo, abundante en sebo bajo la piel rosácea; o sea, otro tipo de cerdo más pesado y en general con más aditivos, que se suele dar más por el norte, justo donde se autoproclaman ejemplares en seriedad y rigor moral.

El gato de Shrödinger está la a vez vivo y muerto, según la interpretación de Copenhague, pero resulta que los cerdos, pardos o blancos, están vivos en todos los universos cuánticos; y los imbéciles los engordamos también en todos esos mismos universos; cuánticos, que decimos como si supiéramos qué. Y ya perdonaran la curiosa asociación de ideas.

¡Viva la Confederación Helvética que nos guarda la hucha de nuestro señor!

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