Angustia climática

agnÊs Marquès

Crecí en Bilbao bajo un cielo casi siempre encapotado. «Quién lo desencapotará», cantábamos en la escuela. Cielo gris, verde húmedo y la ría del Nervión oliendo a residuos industriales. Más de una década, de 1980 a 1992, un Bilbao que no se parece en nada al actual. Llovía semanas sin parar, el famoso chirimiri, y sin embargo en 1990 hubo una gran sequía que impuso recortes de 12 horas en el suministro del agua que llegaba a casa. De seis de la tarde a seis de la mañana. Recuerdo llegar del colegio e ir directa a la ducha y algún día tirar de barreño. Entonces nadie hablaba de cambio climático, sino de algo puntual y extraño al tratarse del norte de España. Total, una anécdota de infancia que no sirve como experiencia acumulada porque empiezo a sentir, como muchos, un creciente agobio ante la falta de lluvia.

Las copas de los pinos, los cipreses, los arbustos se están llenando de ramas marrones y polvo. Hace tres semanas sonaron cuatro truenos cerca de casa y hacía tanto que no pasaba que mi cerebro no supo entender el primero de ellos, hasta pregunté en voz alta de qué podía tratarse. Hemos caído de la higuera de golpe, en cuanto a la emergencia climática. Desde el verano pasado, extremadamente caluroso, hasta el frío relativo y sobre todo la falta de lluvia de los últimos meses han abierto nuestros ojos. No es que vaya a pasar, es que ya está pasando y, a pesar de todo lo que hemos hablado de ello, nos ha cogido casi por sorpresa, sin capacidad para generar agua que reponga la que no cae del cielo, con infraestructuras deficientes que pierden miles de litros de agua al día y con llamamientos a cerrar el grifo de casa.

Como buena angustiada con buena memoria he comprado bidones (lo de los barreños es muy de los 90) para no desperdiciar el agua fría de la ducha y reaprovecharla después, algo que sé que contribuye poco en lo colectivo, pero calma el agobio. No deberían trasladarnos esa responsabilidad los que en 20 años, por ejemplo, no han sabido cerrar las grietas de las tuberías que llegan a los municipios y que pierden miles de litros de agua potable al día. Sin embargo, sin duda alguna, también es cosa nuestra. H