Sala de máquinas
Triángulo de Ilemi
Paso unos fascinantes días en el llamado Triángulo de Ilemi, un territorio enorme y muy desconocido de África oriental. Situado, de nebulosa manera, entre las fronteras de Etiopía, Kenya y Sudán del Sur. Estos tres países se disputan los convencionales límites de fronteras establecidas durante los largos procesos de colonización, con Inglaterra como expotencia colonial, principalmente, sin olvidar la ocupación italiana de Etiopía por Mussolini o los actuales intereses de China y USA. A lo largo de los senderos de tierra que enlazan las montañas de Nayta, en Sudán del Sur, con la desembocadura del río Omo en el Lago Turkana (Kenya), más de un millón de indígenas sobreviven divididos en cientos de tribus de raíz nilótica, pastoreando, cazando, recolectando y entendiéndose a duras penas en decenas de antiquísimos dialectos, toposa, nuer, turkana, algunos de los cuales se remontan a tiempos de los faraones.
Atravesando la sabana arbustosa, rica en vida salvaje, nos los encontramos en pequeños convoyes compuestos por hombres muy jóvenes, todos soldados, con sus numerosas mujeres e hijos y recuas de burros donde han apilado enseres y armas: fusiles Kalashnikov, abundante munición, incluso granadas y obuses de mano. Huyen de los conflictos latentes en Sudán del Sur, para refugiarse en los poblados nyamgaton del río Omo, ya en territorio etíope, muy cerca de donde aparecieron los primeros sapiens, datados en trescientos mil años de antigüedad. Ninguno de ellos ha oído hablar de la guerra de Sudán del Norte, ni les importa lo que suceda a miles de kilómetros de distancia. Dependen de una organización militar que, cuando necesite entrar en acción, les llamará para que regresen a sus bases en las montañas de Nayta y retomen el combate contra otras facciones o señores de la guerra.
La estación lluviosa (abril y mayo) ha transformado el desierto. De la cuarteada arena surgen como por milagro plantas silvestres, sorgo o maíz. Bíblicas plagas de mosquitos, polillas, cucarachas, langostas y arañas atormentan al viajero que recorre atónito este olvidado rincón del mundo, con la historia detenida en una edad muy antigua al que el moderno desarrollo ha aportado más odio, corrupción y violencia que sanidad o cultura. Lugares como el Triángulo de Ilemi invitan a formularse numerosas preguntas, la mayoría sin respuesta.
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