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Guerra y política

Guerra y política

Guerra y política / Juan Bolea

Juan Bolea

Juan Bolea

La escalada bélica que se vive en el continente euroasiático comienza a destilar inquietantes consecuencias de cara a las estructuras políticas civiles sobre las que se sustenta. No es posible pretender que conflictos armados como el que viene enfrentando a Rusia con Ucrania y la OTAN no vayan a tener, y a corto plazo, graves secuelas, en este orden (desorden, mejor) institucional.

Ya Herbert Spencer, en uno de sus libros más clásicos, Principios de psicología, advertía que «la persistencia en las guerras desarrolla la subordinación, que es uno de los principios con mayor éxito de ellas», Dicha sumisión puede ser bien de orden externo, supeditando un país a otro, bien interno, acentuando el dominio de la casta militar sobre la población civil.

«En todas partes —continuaba razonando Spencer—, y siempre que una extrema dispersión no se oponga, encontramos unidas la actividad depredatoria y la sumisión a la autoridad despótica. Hay muchos ejemplos de la manera en cómo la pasión de la autoridad, alimentada por el hábito del mando de los ejércitos, se transforma en la pasión de la autoridad política».

Pegada a esta visionaria cita vemos asomar la amenazante sombra de Vladímir Putin transformado en general en jefe, presidente y referencia suprema de su patria, todo ello indivisible como en los atributos de un teocrático monarca de la antigüedad. La cultura de la guerra está asimismo avanzando en China, donde su ejército crece y necesita misiones de combate y carismáticos comandantes. En Europa, la barrera cultural frena, de momento, la inoculación del virus autoritario y jerárquico en la horizontalidad democrática, pero si algún país de la Alianza fuese agredido ya veríamos cuáles iban a ser las consecuencias, tanto a nivel estratégico como político.

Por fortuna, España parece uno de los países más impermeables a esa insana influencia. Las vacunas de la Transición vienen funcionando contra los brotes de autoritarismo. Probablemente baste con una nueva dosis para preservarnos de rodar hacia la pendiente de intransigencia y belicismo por la que se precipitan otros, pero no descuidemos las labores preventivas. Estemos atentos a cualquier toque de corneta, no para salir en tromba, sino para localizar y silenciar esa nota discordante antes de que hable con el lenguaje de los cañones.

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