Sala de máquinas

Raíces del mal

Juan Bolea

Juan Bolea

Conocí a Javier Rovira en la Semana Negra de Gijón, hace ya algunos años, cuando presentó su primera novela, Sesión privada, que me gustó mucho.

En parte, imagino, porque la música clásica, su profesión (es pianista) le absorbe la mayor parte del tiempo, ha tardado una década en publicar la segunda: Mala mar (RBA). En cualquier caso, ha valido la pena esperar porque esta nueva intriga, debido a sus tramas paralelas, a sus complejos personajes y a los numerosos puntos de vista desde los que el autor nos invita a conocerlos, se lee con un multiplicado interés.

Aunque parta de una muerte violenta que el Juzgado y la policía deberán esclarecer a lo largo de su laberíntica trama, la novela es ambiciosa y por eso mismo romperá desde el principio las hechuras del género policiaco para adentrarse hacia los tortuosos caminos de la novela psicológica.

Habrá, detrás de la acción, algo así como nudos marineros que parecerán aferrar, aherrojar a los personajes uno contra otro, unas veces enfrente, otras a espaldas del destino, y que, en medio de las zozobras de sus vidas los mantendrán unidos, en un mismo barco abandonado a las fuerzas de la tempestad.

Padres, hijos, hermanos, amantes… Se tratará, además de numerosa, de una familia poderosa, con dinero y poder político. Uno de los hijos es senador y ejerce como tal. Ya antes el padre, allá por los estertores del franquismo, se dedicó a la política y a los chanchullos financieros, acertando a fabricarse prestigio y fortuna con un régimen que todavía hoy parecía seguir rigiendo entre ellos. De algún modo la corrupción, el odio, el maltrato y la violencia seguirán aflorando en cada escena familiar con una larga cadena de rencores que, unidos a la tensión por unas recientes muertes, irán complicando cada vez más las relaciones entre los miembros de esta familia asturiana y, al mismo tiempo, su misterio argumental.

Una novela ambientada en el Principado –alrededores de Llanes, concretamente– que funciona plásticamente como telón del drama. Con sus bruscos cambios de clima, acantilados, playas interiores (Gulpilluri) o sus extraordinarios «bufones» (una especie de géiseres con las mareas altas) aporta belleza, romanticismo y dinamismo a esta Mala mar de Javier Rovira.

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