Sala de máquinas

‘Fiesta’

Juan Bolea

Juan Bolea

Con ocasión de una nueva edición de Fiesta a cargo del sello Reino de Cordelia y traducción de Susana Carral, vuelvo a sumergirme en aquel Ernest Hemingway que, con poco más de veinticinco años, publicaba su primera novela, ambientada en París, Biarritz y Pamplona.

El tiempo ha respetado el texto gracias a los recursos muy conocidos y más que reconocidos de su autor, premio Nobel de literatura, a su prosa eléctrica, a su gramática en apariencia simple, pero muy elaborada en sus elipsis, y a su búsqueda de lo esencial, apartando de la atención del lector todo aquello que pudiera resultarle accesorio o meramente descriptivo o decorativo.

Así, por ejemplo, los pasajes de encierros y corridas de toros en San Fermín siguen pareciéndonos muy buenos por su claridad e intensidad. El comportamiento del torero, sus movimientos y gestos, su relación con la fuerza y «el espacio» del toro están narrados con precisión, emoción y belleza, como un símbolo del arte y una metáfora de la vida.

Del mismo modo, los personajes de Fiesta buscarán la belleza y el sentido de la existencia. Lo harán ayudados por increíbles cantidades de alcohol y por una progresiva deriva hacia la confusión, el placer, el desdén y el odio. El vacío existencial y la decepción por el desencuentro con los ideales de su generación permanecerán en todo momento agazapados junto a su ansia de acción, hasta que su relación como grupo se divida o estalle en comportamientos individuales, incontrolados y lindantes con la desesperación. El fracaso, o bien una suerte, una especie de loca y desafiante exaltación, la del hombre que está solo frente a todos sus fantasmas, ante toros llenos de peligro y furia que en cualquier momento se los podrían llevar por delante, aportará tensión y dramatismo a una trama que, en realidad, se reduce a una búsqueda.

Una novela pionera en sus registros psicológicos, en sus controvertidos valores, clave para entender la mentalidad de aquella joven generación de norteamericanos que quisieron cambiar el nuevo mundo a partir de su atracción hacia la vieja Europa. Pero, sobre todo, una novela que aportó a la acción y al diálogo de los estilos decimonónicos una manera mucho más rápida de decir lo mismo con menos palabras y mayor intensidad, y que situó, ya para siempre, la vida y la muerte en un mismo plano de ese destino al que todo hombre debe desafiar si quiere escribir su historia.

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