FIRMA INVITADA

La pobreza y la indiferencia

Los fines de semana suelo ir con mis hijos a comprar cromos. Tengo unos hijos muy futboleros, afición que suele ser transmitida de padres a hijos, pero en este caso es a la inversa. Somos sufridores socios del Real Zaragoza, que no sabemos qué tiene, pero que te atrapa y lo llevas en el corazón.

En la puerta de la tienda donde los compramos, hay un señor en el suelo, pidiendo limosna. Va bien arreglado, tiene acento del sur y va bien vestido. Siempre que voy le damos dinero.

Me planteo qué habrá podido pasar para acabar así ese señor. Entiendo que tendrá familia y que ahí está, solo, pidiendo dinero porque no tiene para comer. Mi experiencia me dice que por desgracia se esconden adicciones detrás, generalmente, pero tampoco me consuela ese pensamiento.

La gente pasa indiferente a su lado. Empiezo a pensar qué ha podido hacer para acabar así, y pienso también cómo sería el día que por obligación tuviera que sentarse a pedir dinero en la calle.

Una de las cosas que he aprendido con los años es a empatizar . Me imagino allí sentado, en su lugar, viendo cómo la gente me mira indiferente; viendo cómo estoy solo, en medio del mundo, en medio del ruido, pero soy invisible a los demás. Mucho ruido y silencio a la vez. Lo mismo pienso con los inmigrantes, que a veces nos intentan demonizar, cómo muchos de ellos mueren en el mar intentando alcanzar un futuro mejor, dejando atrás sus familias y su vida entera. No creo en el discurso de odio de que todos son malos; habrá como en botica, de todo; gente buena, mala y mediopensionista.

Durante la guerra civil y la posguerra miles de españoles se exiliaron, pues también eran inmigrantes como los que vienen ahora. ¿Dónde está la diferencia?

A mis hijos les enseño que hay que proteger y ayudar al débil, al que más lo necesite. A pesar de lo que te digan, les digo que hagan lo que consideren justo, lo que consideren correcto. Es normal que el Estado ayude a quien menos tiene.

Me quedo con una frase de Barack Obama: «Somos más libres cuando todos pueden aspirar a su propia felicidad. Tenemos que tener economías que funcionen para todos los ciudadanos, no solo para los que están en lo alto».

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