Había partido

El resultado, pese a la victoria en votos y escaños del PP, ha sido una gran victoria moral del PSOE

David Corellano

David Corellano

Hace menos de dos meses decíamos en esta misma columna que sería un error presuponer que las elecciones municipales y autonómicas del 28M iban a tener una traslación idéntica las generales que acaba de convocar el presidente del gobierno, y el resultado del pasado domingo terminó por confirmar esa teoría.

En ese momento llamábamos la atención sobre cuatro claves que iban a determinar el resultado de las elecciones del 23J: la participación, el trasvase de votos, la movilización del electorado y la capacidad de Yolanda Díaz para unificar a las fuerzas a la izquierda del PSOE. Todas ellas han resultado importantes en mayor o menor medida.

Respecto a la primera, ha quedado claro que ni la fecha de la convocatoria, ni los calores estivales, ni las supuestas maniobras en Correos, han hecho que los ciudadanos dejaran de acudir a las urnas. De hecho, la participación se ha incrementado en seis puntos y más de 700.000 votos respecto a 2019 (dos millones más que en las pasadas municipales). En este sentido, cualquier otra alusión en el futuro a manipulaciones maquiavélicas para que una parte del electorado no vaya a votar debería quedar deslegitimada para siempre.

Respecto a la segunda, y una vez finiquitado el trasvase de Ciudadanos hacia el PP, ha sido el PSOE el que parece haberse beneficiado del cambio en el sentido de voto de una parte de los ciudadanos, y muy especialmente en Cataluña, donde ha conseguido rascar algo más de 400.000 papeletas respecto a 2019 (muchas de ellas procedentes, seguramente, de ERC), y ganando las elecciones en esa comunidad de manera más que brillante. Queda por ver igualmente el traspaso de votos provenientes de Podemos, aunque para eso tendremos que espera las próximas encuestas postelectorales.

Pero ha sido sin duda la movilización lo que ha permitido que Pedro Sánchez no solo aguante el tipo, sino que incluso haya mejorado en votos y escaños respecto a la anterior consulta. Un resultado que ninguna encuesta vio y que incluso muchos votantes progresistas llegamos a poner en duda con el cariz que fue tomando la campaña electoral durante sus primeros días. Los datos son claros al respecto, con el bloque de la izquierda (sin contar con los partidos nacionalistas) a apenas 300.00 votos de la suma de la derecha.

El ambiente del domingo en los colegios electorales estuvo más que caldeado, y no solo por la temperatura exterior, sino por los ánimos de muchos votantes que acudían a poner pie en pared contra la posibilidad de que el PP y la ultraderecha formaran gobierno. Personalmente pude asistir a varios ejemplos: personas que afirmaban no haber acudido a votar a los socialistas «desde la última vez a Felipe González»; inmigrantes que estrenaban su nacionalidad y preguntaban por el sistema de votación para dar su apoyo «al presidente»; ancianos y gente de mediana edad que guiñaba un ojo de manera cómplice a los apoderados e interventores de los partidos de la izquierda, o que deseaban suerte en el recuento al abandonar el colegio electoral.

El resultado, pese a la victoria en votos y escaños del PP, ha sido una gran victoria moral del PSOE y, especialmente, de Pedro Sánchez, que tendrá ante sí la dura tarea de reunir apoyos suficientes para el gobierno en unas condiciones más complicadas, incluso, que las de hace cuatro años. En un contexto normal y ante un político normal, la repetición de elecciones sería el destino más probable, pero si algo ha demostrado el presidente en los años en los que ha estado al frente de su partido es que hacer vaticinios con él no suele funcionar, por lo que si tuviera que apostar, lo haría a la formación de gobierno.

Va a haber muchas presiones y muchos intentos de recuperar esa vieja idea de la «gran coalición» que tanto gusta a una parte de la prensa (madrileña básicamente), a algunos poderes fácticos vinculados a los grandes grupos económicos y también a varios próceres de la política nacional, algunos de ellos socialistas (aunque con carnet) o todavía en activo. A todos ellos les cuesta entender que, nos guste o no, el PSOE y el PP defienden en estos momentos dos formas antagónicas de entender el futuro de nuestro país, y que difícilmente se podrían encontrar puntos en común para poner en marcha un programa de consenso.

Es por ello que el PSOE y Pedro Sánchez se van a enfrentar a grandes tensiones por las demandas de los partidos que deben apoyar la investidura, en el caso de ERC y Bildu, y otro tanto con Junts, que debe aportar al menos la abstención, al mismo tiempo que el PP y la ultraderecha recrudecen sus ataques por este mismo motivo, volviendo de nuevo a los mantras de la ilegitimidad y la traición a España.

Cataluña va a ser, con toda seguridad, la cuestión en torno a la cual giren los acontecimientos de las próximas semanas y, quizás, meses, hasta que se pueda poner en marcha un nuevo Ejecutivo. El PSOE necesitará negociar con el nacionalismo catalán, igual que lo hicieron antes Felipe González, José María Aznar o José Luis Rodríguez Zapatero, pero en este caso las tensiones externas lo van a hacer muchísimo más difícil. Ante esto, el PSOE solo puede recurrir a la vía pedagógica, por lo que empieza a ser vital recordar a los ciudadanos las diferencias en la situación de la Cataluña de 2017 respecto a la de 2023, con el independentismo en mínimos desde el referéndum del 1 de octubre, y con el PSOE como principal fuerza política en los tres últimos procesos electorales que han tenido lugar allí. En algún momento alguien tendrá también que explicar que el soberanismo militante de una parte de los catalanes jamás se solucionará con medidas coercitivas, con apelaciones a la unidad territorial o con amenazas como las enunciadas por Santiago Abascal apenas tres o cuatro días antes de las elecciones, sino con diálogo, acuerdos, y cesiones por ambas partes.

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